martes, 5 de marzo de 2013

“LA PERSONA VÍRICA”. Indignada nota de protesta.

"TENEMOS LA OBLIGACIÓN DE SER FELICES Y DISFRUTAR." Patricia Ramírez.

"¿Tenemos la OBLIGACIÓN de ser felices y disfrutar?" Armando Almánzar-Botello.

"Si no buscas el placer, si no estás dispuesto a gozar, te sientes culpable. Y no estoy hablando de una hipótesis abstracta. Me encuentro todo el tiempo con psicoanalistas que me dicen que esa es la razón por la cual la gente acude a la consulta. Se sienten culpables de no gozar lo suficiente. La gran paradoja es que el deber de nuestros días no impone la obediencia y el sacrificio, sino más bien el goce y la buena vida. Y quizá se trate de un mandato mucho más cruel. Probablemente el discurso psicoanalítico es el único que hoy propone la máxima: 'gozar no es obligatorio, te está permitido no gozar'. La paradoja de la sociedad permisiva es que nos regula como nunca antes." Slavoj Žižek.



Por Armando Almánzar-Botello


A pesar de la aclaración que se hace en el artículo “Personas víricas que consumen energía”* cuando dicho escrito explícitamente dice: “Parar los pies a los víricos victimistas no es abandonarles sino invitarles a tomar las riendas”, entiendo que la denominación "Persona Vírica" es una “etiquetación ideológica segregativa”, excluyente y con peligrosas pretensiones de rigor nosológico-psiquiátrico, ético e higiénico-existencial.

Este pseudo-diagnóstico invalidante, cándido y útil en apariencia: "persona vírica", "persona tóxica"..., se promueve en una sociedad postmoderna medrosamente gregario-individualista que pretende, en el seno de su interaccionismo físico y virtual generalizado, desentenderse del Otro en su real problematicidad y sólo aceptar en éste, de un modo perverso y reductor, aquello que satisface el hedonismo y la "pétrea fortaleza narcisista" de quienes niegan a dichas personas supuestamente “víricas” su estatuto de sujetos singulares, contradictorios o sufrientes, no domesticados ni folclorizados.

Entiendo que este lenguaje “encanalladamente” inmunológico: “sujeto vírico”, es parte de una labor de counseling, de consejería "terapéutica", que debe ser entendida como una de las múltiples versiones micropolíticas de la guerra preventiva contra las poblaciones, guerra que un cierto biopoder intenta realizar y de hecho realiza en nombre de la armonía y el concierto áulico de los dominios, eliminando todos los elementos perturbadores de la supuesta salud del “organismo” social mediante ideologías "liberales" de negación de la desgracia .

Una cosa es el derecho que legítimamente nos asiste para elegir nuestras amistades, y otra, muy distinta, la constituye la práctica de elaborar una ideología de la victimización y del rechazo a los sujetos ajenos a nuestro sistema de valores, en función de criterios supuestamente psicoterapéuticos que, en última instancia, se revelan como simples torniquetes ideológicos reguladores del canje social en el seno de la Empresa y del Mercado.

En esta metáfora biologicista, "persona vírica", percibo profundas resonancias fascistas y segregativas.

Este mecanismo de rechazo del otro en tanto que Otro radical, no especularizable, problemático, no asimilable por nuestros propios sistemas de valores, es algo característico de una sociedad hipócrita, en lo esencial profundamente racista, en la cual impera lo que Jacques Lacan denominó: "floculación difusa del odio", con su creación permanente de exclusiones y víctimas propiciatorias.

Como decía lúcidamente Kenneth Burke: “el principio sacrificial de la creación de víctimas es intrínseco a la congregación humana” […] De ahí que lo importante no sea “el modo por medio del cual los motivos sacrificiales revelados en las instituciones de la magia y la religión podrían ser abolidos, sino cuáles son las nuevas formas que adoptan”.

Victimizar a la víctima (victimización de segundo grado que apela a los prestigios de una supuesta psicología preventiva) y gozar de ese mecanismo perverso-espectacular pretendidamente ético-terapéutico, podría apuntalar de hecho, en última instancia, las bases más perversas de una sociedad casi en su conjunto enajenada. 

"La persona vírica" es el primer paso en la definición estratégica de "comunidades víricas", "creencias religiosas víricas", "prácticas instrumentales víricas", "culturas víricas", etc. Todo ello, evidentemente, favorece la estabilidad y el fortalecimiento de los poderes más duros, tortuosos y manipuladores.

Esta lucha antigua, pero también moderna y postmoderna contra lo extraño y lo desconocido, identificados con  “lo vírico”, lo “anormal” y lo “patológico”, —que proceden, supuestamente, de una oscura exterioridad amenazante—, me hace reflexionar sobre los antiguos rituales griegos de expulsión del “fármacos” (farmakeus) en su calidad de “víctima sacrificial monstruosa o deforme” seleccionada y expulsada como tal por la comunidad para ésta librarse, mágicamente, de sus propios males intestinos (plagas, guerras, catástrofes climatológicas, etc.). Este fenómeno ha sido bastante estudiado por la antropología, la etnopsiquiatría y la filosofía.

Pero, sobre todo, este intento de eliminar lo heterogéneo, lo extraño y la realidad misma de la muerte me hace pensar en “El Decamerón” de Boccaccio, obra en la que se ofrece la noticia de ciertos grupos o estamentos sociales privilegiados que creyendo huir así de la gran peste negra que asolaba a Europa en el Siglo XIV, se encerraban en sus mansiones y palacios, en sus fortalezas grupales (una suerte de plazas sitiadas por el miedo y el cinismo) para disfrutar de música, historias, buena mesa y bailes, mientras creían mantener a raya la muerte procedente del “exterior”.

La etiquetación de “persona vírica” promueve la victimización de todo aquel sujeto (víctima de primer grado o no) que se muestre refractario a la imposición de las escalas axiológicas de ciertos grupos de decisión.

Ese “diagnóstico banal” (en el sentido en que Hannah Arendt habló de la “banalidad del mal”: pero... ¿existe realmente la banalidad del mal?), podría promover una generalizada actitud aséptica de rechazo a toda manifestación de sufrimiento, infelicidad, conflictividad, reclamo de justicia, contradicción y problematicidad proveniente de ciertos sujetos. Vislumbramos implícito aquí un terrible conformismo egotista.

Resulta siempre curiosa esta velada forma de intolerancia frente a las diferencias, frente a los supuestos “monstruos” víricos que amenazan la homeostasis del sistema, y más cuando dicha intransigencia “pseudohigiénica” se presenta en el contexto de una paradójica ideología de la “felicidad y solidaridad universales, globalizadas”, que olvida, como bien dice Michel Serres, la “criminal inversión del principio sacrificial que se vive en el mundo actual, donde la mayoría de los habitantes del planeta es sacrificada para el mantenimiento del estatus de una minoría de privilegiados.

Esta etiquetación segregativa que constituye el sintagma “persona vírica”, lleva implícita una vocación de anulación del sujeto en su alteridad irreductible y cierta velada voluntad de destrucción de la persona "integral", múltiple y contradictoria, para ponerla a disposición de los engranajes instrumentalizadores de la Empresa y el Mercado. Todo esto me hace pensar en la “microfísica de los poderes” de Foucault, aquella en la que los llamados "anormales" por ciertas estructuras de dominio, son expulsados del seno de la "sana" convivencia y recluidos en instituciones especiales o arrojados a espacios marginales.

Claude Lévi-Strauss, por su parte, nos recuerda esta poderosa verdad:

Después de los trabajos de Cannon se comprende más claramente cuáles son los mecanismos psicofisiológicos sobre los que se basan los casos de muerte por conjuración o sortilegio, atestiguados en numerosas regiones: un individuo, consciente de ser objeto de un maleficio, está íntimamente persuadido, por las más solemnes tradiciones de su grupo, de que se encuentra condenado; parientes y amigos comparten esta actitud. A partir de ese momento, la comunidad se retrae: se aleja del maldito, se conduce ante él como si se tratase no sólo ya de un muerto sino también de una fuente de peligro para todo el entorno; en cada ocasión y en todas sus conductas, el cuerpo social sugiere la muerte a la desdichada víctima, que no pretende ya escapar a lo que considera su destino ineluctable. Bien pronto, por otra parte, se celebran en su honor los ritos sagrados que le conducirán al reino de las sombras. Brutalmente separado primero de todos sus lazos familiares y sociales, y excluido de todas las funciones y actividades por medio de las cuales tomaba conciencia de sí mismo, el individuo vuelve a encontrar esas mismas fuerzas imperiosas nuevamente conjuradas, pero sólo para borrarlo del mundo de los seres vivos. El hechizado [el sujeto vírico, en nuestro caso] cede a la acción combinada del intenso terror que experimenta, del retraimiento súbito y total de los múltiples sistemas de referencia proporcionados por la convivencia del grupo, y, finalmente, de la inversión decisiva de estos sistemas que, de individuo vivo, sujeto de derechos y obligaciones, lo proclaman muerto, objeto de temores, ritos y prohibiciones. La integridad física no resiste a la disolución de la personalidad social ” Claude Lévi-Strauss. Antropología estructural.

¡Esclarecedora y contundente reflexión del gran antropólogo francés!

Me sorprende que algunas personas llamadas a meditar más profundamente sobre temas de esta naturaleza, se limiten a compartir los ideologemas en curso sin someterlos a una debida crítica hermenéutica.

¡Ay, estudiosos de Emmanuel Lévinas!

¿Serán los pobres, para la ideología capitalista del “¡goza a toda costa!”, los sujetos víricos por excelencia?...

Tenemos la obligación de ser felices y disfrutar” (¡sic!), dice el texto en cuestión “Personas víricas que consumen energía”. Es evidente aquí el mandato superyoico que funda un falso “Imperativo Categórico” de naturaleza secretamente sádica.

¡Ahora bien, y cierro así estas deshilachadas reflexiones!: ¿Seré acaso yo un “sujeto vírico” y no me apercibo de mi propia desventura?...

* (Patricia Ramírez. Personas víricas que consumen energía. EL PAÍS SEMANAL, 3 de marzo, 2013.)



© Armando Almánzar-Botello
Santo Domingo, República Dominicana.


ADENDA


VIOLENCIAS... CONFLICTOS... JUSTICIA...

1

La sociedad democrática moderna quiere borrar de su horizonte la realidad de la desgracia, de la muerte y de la violencia, buscando integrar, en un sistema único, las diferencias y las resistencias. En nombre de la globalización y del éxito económico, intentó abolir la idea de conflicto social. Del mismo modo, tiende a criminalizar las revoluciones y a desheroizar la guerra a fin de sustituir la ética por la política, la sanción judicial por el juicio histórico. Así, pasó de la edad del enfrentamiento a la edad de la evitación, y del culto de la gloria a la revalorización de los cobardes.” Elizabeth Roudinesco, psicoanalista e historiadora francesa.

2

Ciertamente, la violencia y el conflicto son instancias constituyentes de la condición humana: No hay sociedad ni contrato social sin violencia originaria. Pero, una cosa es el carácter transhistórico del conflicto y otra su pretensión absolutista de ahistoricidad. Esto último desemboca en la categoría política de ‘lo peor’. Una cosa es conflicto histórico y/o transhistórico, y otra muy distinta la “brutalidad” ahistórica (Derrida) de “lo peor” ligada al 'struggle for life' concebido de modo 'etológico', puramente biológico, animal. Esta última ideología, como dice Néstor A. Braunstein, se constituye en una 'auténtica aplanadora del deseo' revolucionario. Una cosa es la violencia ejercida para mantener el Orden establecido, y otra, muy distinta, la violencia efectuada para operar transformaciones históricas que de seguro no restablecerán la armonía idílica en la sociedad, pero permitirán cambios necesarios en las estructuras del Contrato Social, transformaciones operadas en la línea de fuga y de perfectibilidad ilimitada de la Justicia. ¡No al ‘Anything Goes’ político-existencial: puro nihilismo pasivo!” Armando Almánzar-Botello.

3

Las diversas modalidades de violencia son inevitablemente históricas, y, además, en su especificidad, constituyentes "inerradicables" del Contrato Social. El problema no consiste en tratar de eliminarlas absolutamente: de hecho, es imposible. Un sujeto sin conflictos consigo mismo o con otros sujetos no sería un sujeto humano.

La cuestión es generar una modalidad de nexo social orientado por una suerte de "economía de la violencia", de reducción o acotación de ésta a su mínima expresión: a la violencia necesaria para las transformaciones, en ocasiones radicales, del contrato social...
” Armando Almánzar-Botello.

4

[…] En el pensamiento del mismo Rousseau, en su idea del estado natural mítico, previo a la fundación del Contrato Social, encontramos una complejidad problemática sobre la que podemos reflexionar.

El gran pensador francés considera aquella situación originaria como caracterizada por la paz y la armonía, pero de hecho también puede ser concebida como una situación de violencia y conflicto.

El Contrato Social es una contra-violencia ejercida sobre una violencia originaria que es la del don originario como exposición incondicional al otro: tanto al mal que de él puede proceder como al mal que podamos infligirle. Donar la Diké, donar la Justicia, implica probar nuestro gesto sobre el telón de fondo de la A-dikia, de la posibilidad misma del mal, del error y de la injusticia. ¡No existe aquí garantía trascendental!. (Derrida).

Esta ambigüedad, entre otras aristas del problema, ha conducido a ciertos pensadores a cuestionar el concepto mismo de Derecho y, en particular, el de Derechos Humanos.

Esta vertiente de la reflexión filosófico-jurídica a que me refiero, intenta mostrar cómo, efectivamente, esa categoría (derechos humanos), está consubstancialmente ligada a una tradición metafísica occidental que limita eventualmente, en su concreto histórico, el ejercicio plural, múltiple y metacultural de la justicia y las prácticas ético-jurídicas.

El concepto de “derechos humanos” está preso dentro de una cierta tradición occidental de la persona, de lo humano, de la ley, que es posible deconstruir. El derecho internacional debe estar abierto a esta reflexión crítica.
” Armando Almánzar-Botello.

5

Cuando se intenta eliminar el conflicto del seno de lo social o considerar iguales y susceptibles de homogeneización todas las modalidades de violencia, estamos pasando de la necesidad de la violencia, de cierta economía de la violencia (Blanchot, Derrida), a la posibilidad de lo peor: la inmortalidad autodeclarada del Sistema Capitalista de Mercado en sus vertientes más absolutistas: complemento perfecto del Terrorismo de Estado.” Armando Almánzar-Botello.

6

El anhelo de expulsar totalmente la violencia del territorio de los ordenamientos y procesos humanos; el deseo totalitario de fundar el reino absoluto de la paz libre de todo conflicto; el proyecto de establecer la armonía universal carente de contradicciones, constituye el principio de la peor violencia: la guerra preventiva contra el sujeto, por definición contradictorio y conflictivo, la lucha sinuosa y perversa contra la complejidad indomeñable de lo (in)humano, contra el planeta y las poblaciones en su diversidad irreductible y problemática. Esta violencia preventiva opera, explícita o implícitamente, para garantizar la permanencia de un Orden injusto, el imperio de lo totalmente transparente y previsible. El banal e hipócrita integrismo pacifista termina siendo muchas veces el complemento perfecto de la Guerra Genocida que desata el Biopoder contra la inconmensurabilidad de lo múltiple.” Armando Almánzar-Botello.

7

"Real, sinthome… Rorty... out!

"No hay propiamente saber en lo Real, sino cavilación del sujeto supuesto al saber sobre un Real. Mas lo Real persiste como sinthome, más allá del Sinn (sentido: Husserl) y de la Bedeutung-Intention (intención significativa, querer-decir: Husserl). De ahí que la verdad como ficción y la travesía del semblante como acotación del goce, apunten siempre a él sin agotarlo. No todo se queda en las palabras. Por ser también el inconsciente de lalangue algo real: ¡No hay relación sexual!"

En este párrafo precedente de inspiración lacaniana, amparado además en Duns Scoto con su idea de las 'singularidades-acontecimientos', se podría constatar, si meditamos lo suficiente, la proximidad entre Charles Sanders Peirce y Jacques Lacan: realismos anti-relativistas que dicen ¡no! a la banalidad postmoderna de cierto nominalismo lúdico, psicologista, 'existencializante', irresponsable y cognitivamente impotente. Aquí, Rorty... out!." Armando Almánzar-Botello.



© Armando Almánzar-Botello.
Santo Domingo, República Dominicana.

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