Francis Bacon. Tres estudios de Lucian Freud (Tríptico), 1969.
Subasta en Christie's.
Por Armando Almánzar-Botello
Lunes, 11 de noviembre de 2013
La BELLEZA, antes cerrada y armoniosa, hoy está rota, desgarrada. Vivimos desde hace largos años la crisis de lo Bello en el Mundo Moderno. Las denominadas VANGUARDIAS no significaron otra cosa.
A pesar de cierto retorno post-vanguardista a la “legibilidad” parsimoniosa del texto artístico (R. Barthes), experimentamos con gran fuerza una apertura SUBLIME de las formas a la indeterminación y al caos orientado. Debemos leer aquí lo “sublime” comprendiéndolo en sentido kantiano: un exceso convulsivo que desborda la medida, la mesura y las categorías del entendimiento.
Según Jean-François Lyotard y Julia Kristeva, lo sublime moderno participa de “una sublimación de lo abyecto, pero sin consagración: sublime desposeído, roto”. Verdad inabordable y tremenda del acto de creación en la modernidad tardía: el agujero ontológico revelado en la capa de ozono de nuestra sensibilidad est/ética...
No obstante (sin mencionar el manido y reaccionario academicismo “lindista”), cierta vertiente “soft” de un presumido y edulcorante postmodernismo para las masas consiste en un retorno reglado (en ocasiones burdamente cínico más que irónico, casi siempre trivializante y light) a las estructuras tradicionales del mensaje artístico en clave de un “¡toma lo que te gusta!”, dirigido al receptor del mensaje en su calidad de sujeto zombificado por el aparato mediático. De ahí la impresión que tienen muchos de encontrarse de vuelta sin jamás haber partido…
© Armando Almánzar-Botello. “La belleza, lo sublime, lo abyecto”. 2009. (Fragmento).
2-. LA MENTIDA LIBERTAD DEL MERCADO ES UN FORMA ENMASCARADA DE DEFENSA CONTRA EL ACONTECIMIENTO IMPREVISIBLE. FORMA POSTBURGUESA DE LA ESTABILIDAD OCULTA POR ATRACTORES EXTRAÑOS.
Martes, 12 de noviembre de 2013.
[...] En el fetichismo de su culto a "lo nuevo" banalizado, el Mercado pone cada más de manifiesto la repetición serializada de la falsa novedad, la programación inexorable de los bienes de consumo, la operacionalización rentabilizante de los procesos, la oferta universal y segmentada de los objetos desechables como obturadores fantasmáticos del deseo en la "eternidad" irrisoria del consumo narcisista.
En el Mercado Global Capitalista, preludio del "Estado Espectacular Integrado", hasta la programación de un accidente tecnológico sirve de pretexto y telón de fondo para el lanzamiento de un nuevo producto, de un nuevo gadget engañabobos.
No es lo mismo el "accidente programado" que la dimensión realmente imprevisible del Acontecimiento [...]
En términos nietzscheanos, el tipo humano que constituye el empresario inversionista en el contexto del capitalismo, haga o no "inversiones-invenciones" cruciales de aparente alto riesgo, representa siempre, ética y estéticamente, el prototipo del "mal jugador".
Esto es así, por cuanto el "inversor", de un modo u otro, somete el azar "a las pinzas" de la causalidad lineal, a las mallas protectoras del interés mezquino, a la FINALIDAD UTILITARIA ABSTRACTA y a la intención rentabilizante olvidadiza del dolor del otro, renegadora de la plena realización de su ser.
El "inversor" persigue una combinación específica y ganadora, en lugar de AFIRMAR TODO EL DEVENIR CONTINGENTE en un solo envite o lanzamiento de dados (G. Deleuze).
Prueba de lo anteriormente afirmado la constituye el hecho de que "el inversor" busca compensar sus intervenciones de relativo alto riesgo en mercados emergentes, con el uso de tecnología panóptica y con inversiones sólidas que participen de elevados niveles de previsibilidad y que terminan constituyendo la "enmarañada política financiero-democrática de lo banalmente mercantil".
De este modo, pretende morigerar los efectos potencialmente catastróficos de la indeterminación y del azar reales, y someter la contingencia al resultado evidentemente apetecido por todo hombre de negocios diagnosticado como "cuerdo": obtener la combinación ganadora y esperada y maximizar con ello sus beneficios.
El auténtico artista y el pensador crítico, por el contrario, hacen sus apuestas de otro modo: juegan sin garantías. No persiguen simplemente la compensación de minusvalías psico-sociales ni la obtención o preservación de un cierto estatus a través del impacto comercial de su obra o del "éxito" "doxométrica" y teleológicamente considerado. No persiguen el "interés en el interés" como simple autoconservación mezquina, sino el "interés desinteresado", entendido como fundamento de la ética y del arte en sentido general (Alain Badiou).
El artista genuino y el pensador crítico encarnan la deriva crítica del neo-exceso como resistencia a la NUEVA ESTABILIDAD de lo programado por el sistema neo-capitalista. Esta criticidad debe ser entendida como plena y lúcida asunción del riesgo que comporta el verdadero proceso paralógico (Lyotard) de creatividad y liberación.
El arte auténticamente soberano no es nada útil en el sentido en que lo son las "invenciones asordinadas" de las tecnologías sometidas al principio de maximización de beneficios: tecnologías informáticas de producción de softwares, tecnologías transgénicas y farmacéuticas, nuevos diseños de automóviles, políticas triviales de auto-promoción sin rubor, etc.[...]
Miércoles, 13 de Noviembre de 2013
“La lucidez de A. depende de una ausencia de deseo. La mía es la consecuencia de un exceso: sin duda es también la única verdadera. Si sólo es una negación del delirio, la lucidez no es totalmente lúcida, es un poco todavía el miedo de llegar hasta el final, convertido en aburrimiento, es decir, en desdén del objeto de un deseo que excede.
No vemos que la simple lucidez que alcanzamos es también ciega. Es necesario advertir al mismo tiempo la mentira y la verdad del objeto. Debemos saber, indudablemente, que nos estamos engañando, que el objeto es, antes que nada, lo que discierne un ser sin deseo, pero es también lo que un deseo discierne en él.” GEORGES BATAILLE.
Richard Lindner. Boy with Machine. 1954
A la locura, interpretada por la filosofía, la psiquiatría, el psicoanálisis o la antipsiquiatría, podemos aproximarnos, hermenéutica y/o nosológicamente, desde dos puntos de vista principales.
Podemos verla como simple entidad clínica, patológica (la PSICOSIS como enfermedad mental, como "breakdown", al decir de Ronald D. Laing; así la concibe la tradición psiquiátrica clásica de Kraepelin, Bleuler, etc.) y la locura entendida como "break-through", es decir, el delirio vivido como proceso creativo y restitutivo de curación (Freud, Jaspers, Bataille, Cooper, Laing...).
En la gran CORDURA inventiva (distinta de la empobrecida "NORMALIDAD" estadística) los mecanismos de la locura se encuentran al servicio del acto creador. Por eso decía Salvador Dalí (expaciente y gran amigo del psicoanalista Jacques Lacan): "La única diferencia entre un loco y yo, es que yo no estoy loco."
Cuando Georges Bataille habla del delirio como exceso, como sinónimo del deseo, asume, además de la revisión de una cierta tradición spinozista del “conatus”, la concepción freudiana que ve en dicho delirio un proceso que intenta restablecer cierto equilibrio y cierta "cordura" en el funcionamiento del aparato psíquico.
A falta de una intervención psiquiátrico-farmacológica y/o psicoanalítica, pero también en ausencia de una recepción y asistencia antipsiquiátrica de la psicosis, el sujeto delirante se puede estabilizar "espontáneamente", de un modo parcial, en la llamada "metáfora delirante".
Esa última modalidad de "anclaje" en un "mundo compartido con los otros", si bien es una forma precaria de acceso al vínculo socio-simbólico, funciona frágilmente como uno de los "nombres del padre": una suerte de suplencia "bruta" de la Metáfora Paterna.
Bataille alude con la palabra "exceso", en otra vertiente semántica de los dos párrafos que arriba citamos, a lo que podría ser el freudiano “más allá del principio del placer”: un principio generalizado del placer que desborda la mera homeostasis y que permite una redescripción inédita de los límites de la subjetividad. El pensamiento del filósofo-escritor está dirigido aquí, en su origen, a transgredir cierta mojigatería burguesa...
Los términos entre los cuales se juega la tensión entre ley-prohibición-norma-límite-axiomática, por un lado, y deseo-transgresión-subversión-atravesamiento crítico del cerco capitalista, por el otro, se han modificado significativamente con el triunfo de lo que Daniel Bell denomina "capitalismo hedonista", posterior al capitalismo clásico "weberiano"…
A su vez, y siguiendo en esto a Spinoza, a Laing, a Jaspers, a Artaud, a Michel Carrouges... entre otros, Gilles Deleuze y Felix Guattari consideran que la "locura-enfermedad" (psicosis) comporta un empobrecimiento y una detención de las "máquinas deseantes", concebidas como instancias creativas de "desterritorialización" y "devenires rebeldes".
Inversamente, Deleuze y Guattari piensan que la "locura-proceso", la locura vivida, experimentada como proceso —y no simplemente padecida como entidad nosológica—, implica una recuperación de la potencia deseante por parte del sujeto, entendido ahora como "agenciamiento colectivo de enunciación"…
Jacques Lacan entiende que: "El ser del hombre no sólo no es comprensible sin la locura, sino que ni siquiera sería el ser del hombre si no llevara en sí a la locura como el límite de su libertad."
Podemos verla como simple entidad clínica, patológica (la PSICOSIS como enfermedad mental, como "breakdown", al decir de Ronald D. Laing; así la concibe la tradición psiquiátrica clásica de Kraepelin, Bleuler, etc.) y la locura entendida como "break-through", es decir, el delirio vivido como proceso creativo y restitutivo de curación (Freud, Jaspers, Bataille, Cooper, Laing...).
En la gran CORDURA inventiva (distinta de la empobrecida "NORMALIDAD" estadística) los mecanismos de la locura se encuentran al servicio del acto creador. Por eso decía Salvador Dalí (expaciente y gran amigo del psicoanalista Jacques Lacan): "La única diferencia entre un loco y yo, es que yo no estoy loco."
Cuando Georges Bataille habla del delirio como exceso, como sinónimo del deseo, asume, además de la revisión de una cierta tradición spinozista del “conatus”, la concepción freudiana que ve en dicho delirio un proceso que intenta restablecer cierto equilibrio y cierta "cordura" en el funcionamiento del aparato psíquico.
A falta de una intervención psiquiátrico-farmacológica y/o psicoanalítica, pero también en ausencia de una recepción y asistencia antipsiquiátrica de la psicosis, el sujeto delirante se puede estabilizar "espontáneamente", de un modo parcial, en la llamada "metáfora delirante".
Esa última modalidad de "anclaje" en un "mundo compartido con los otros", si bien es una forma precaria de acceso al vínculo socio-simbólico, funciona frágilmente como uno de los "nombres del padre": una suerte de suplencia "bruta" de la Metáfora Paterna.
Bataille alude con la palabra "exceso", en otra vertiente semántica de los dos párrafos que arriba citamos, a lo que podría ser el freudiano “más allá del principio del placer”: un principio generalizado del placer que desborda la mera homeostasis y que permite una redescripción inédita de los límites de la subjetividad. El pensamiento del filósofo-escritor está dirigido aquí, en su origen, a transgredir cierta mojigatería burguesa...
Los términos entre los cuales se juega la tensión entre ley-prohibición-norma-límite-axiomática, por un lado, y deseo-transgresión-subversión-atravesamiento crítico del cerco capitalista, por el otro, se han modificado significativamente con el triunfo de lo que Daniel Bell denomina "capitalismo hedonista", posterior al capitalismo clásico "weberiano"…
A su vez, y siguiendo en esto a Spinoza, a Laing, a Jaspers, a Artaud, a Michel Carrouges... entre otros, Gilles Deleuze y Felix Guattari consideran que la "locura-enfermedad" (psicosis) comporta un empobrecimiento y una detención de las "máquinas deseantes", concebidas como instancias creativas de "desterritorialización" y "devenires rebeldes".
Inversamente, Deleuze y Guattari piensan que la "locura-proceso", la locura vivida, experimentada como proceso —y no simplemente padecida como entidad nosológica—, implica una recuperación de la potencia deseante por parte del sujeto, entendido ahora como "agenciamiento colectivo de enunciación"…
Jacques Lacan entiende que: "El ser del hombre no sólo no es comprensible sin la locura, sino que ni siquiera sería el ser del hombre si no llevara en sí a la locura como el límite de su libertad."
© Armando Almánzar-Botello.
Santo Domingo, República Dominicana.