sábado, 19 de mayo de 2012

El Plan (relato)


                      Lucian Freud. Wasteground with Houses, Paddington.
                                                 1970/72. Oil on canvas.




Por Armando Almánzar Botello


Para L. N. G.




¡Oh rabia impotente! Parecía que la presencia fatal de un virus electrónico había infectado de forma selectiva los mensajes que los dos se venían comunicando a través del ordenador en el transcurso de aquellos agitados meses de pasión enmascarada. 

Por ese grave acontecimiento, el sujeto de la escritura no había podido acceder a ciertos archivos que le permitirían definir con más precisión el plan del relato seminal que serviría de base para el otro vuelo.

¿O sería más bien para el descenso al subsuelo ilimitado y monstruoso de su propio ser, de su atroz memoria?... Palabras demasiado convencionales para expresar la terrible perspectiva que se abría ante sus ojos.

Temblaba frente a las puertas entreabiertas del posible cumplimiento, del Plan que vislumbraba, ominoso y ciego como la ruta de un Metro fantasma deslizándose en la noche por interminables galerías subterráneas, clamando por la encarnación de sus espectros en la espesura sombría de su trayectoria inconsciente, ineluctable... 

Pensó entonces en la frase de Mishima: Se abre hacia la muerte, tal como un kimono de seda se desliza por la pulida superficie de una mesa hasta caer silencioso en la penumbra del piso...

Sintió un escalofrío que recorrió su espina dorsal, y contempló -mientras escribía en el silencio de la noche alta-, la pantalla fosforescente del computador...

Al cabo de unos instantes, apartó la mirada de aquella luz que lo hería, y miró las ventanas oscuras de su cuarto.

Pensó en los parques públicos bajo el sol de las mañanas, en viejos paraguas olvidados en rincones también sin memoria, en calles al atardecer atravesadas por las corrientes vertiginosas de autos carnívoros, en secretas escaleras que ascendían como promesas de magnolias en la noche, en remotos lugares cerrados donde un hombre y una mujer se desnudan en la penumbra, incansable y mágicamente, para entregarse, resplandecientes de pasión y de extrañas metamorfosis, a ritos innombrables y voluptuosos...

Llegaron a su mente aquellos solares llenos de plantas extrañas, ratas gigantescas, restos de ordenadores y máquinas de finalidad incierta; espacios pululantes de cucarachas y bichos que creíamos hacía mucho tiempo extinguidos, basureros que aparecen de súbito entre algunos edificios de las grandes ciudades ofreciendo el testimonio de una secreta y vaga verdad de la existencia: la banalidad con la que casi siempre se disfraza el enigma inanticipable del acontecimiento...

Porque -pensaba-, no hay nada más misterioso que la basura, que los restos, que los vestigios, que los escombros... Huellas primordiales de la sangre en las palabras terribles que perduran...

En el sujeto de la escritura se ahondaba el hueco, la inclemente verdad de la carencia, el vacío donde agazapada, retorciéndose, ondulante, la peligrosa cobra de la escritura preparaba su fármacon letal.

Al no encontrar en el ordenador los referentes escritos que dieran testimonio de los hechos en apariencia acontecidos entre ellos en los últimos cuatro meses, le parecía que todo había sido un insólito y turbulento sueño del que apenas ahora acababa de despertar, y que esta ensoñación comenzaba, con extraño goce de planta carnívora y angustiosa fiebre delirante, a florecer de nuevo transfigurada en su conciencia, al rememorarla...

Toda la realidad al alcance de sus ojos en la polvorienta buhardilla: arriba, la noche del cielo raso; abajo, la mesa sobre la que escribía, iluminada tenuemente por una pequeña lámpara eléctrica, el bolígrafo que sostenía latiendo entre sus dedos entumecidos (escribía ahora a mano, convencida de que la pantalla del ordenador quema los sueños), la página sobre la que trazaba frases inconexas y zigzagueantes, el viejo escritorio sobre el que se reclinaba como sobre un abismo, los libros y objetos dormitando casi vivos en los anaqueles de madera, los pasos enigmáticos de otro huésped del insomnio en la habitación vecina, la sombra voluptuosa de un torso desangrado en la memoria... Todo lo que alcanzaba a escuchar y sentir en la alta noche, todo, se consumía como ella en el incendio de la incertidumbre...

De forma parecida a la de Chuang Tzu, -pensó el sujeto de la escritura.

De forma parecida a la mía leyendo estas frases     -prosiguió alguien hablando en voz alta-, que cuando despierto del sueño en el que creí vislumbrar a Chuang Tzu, no puedo saber si he soñado a Chuang Tzu, o es él en realidad quien continúa soñándome -incesante como el grito de mi ser-, ahora, aquí, creyéndome despierta en lo que escribo.

Entonces, blandiendo el filoso cuchillo sobre el seno desnudo de la mujer de rasgos orientales -que fosforescía a su lado en el lecho como una dormida y delicada flor de ciruelo-, el innombrable comenzó, con firmeza y precisión, a escribir la verdadera historia...





© Armando Almánzar Botello
    Santo Domingo, República Dominicana

miércoles, 9 de mayo de 2012

EL MARQUÉS DE VARGAS LLOSA

"No hay que confundir la clasificación hecha por Bajtín y otros críticos literarios de estirpe sociológica –cultura oficial y cultura popular– con aquella división que desde hace mucho existe en el mundo anglosajón, entre la high brow culture y la low brow culture: la cultura de la ceja levantada y la de la ceja alicaída. Pues en este último caso estamos siempre dentro de la acepción clásica de la cultura y lo que distingue a una de otra es el grado de facilidad o dificultad que ofrece al lector, oyente, espectador y simple cultor el hecho cultural. Un poeta como T.S. Eliot y un novelista como James Joyce pertenecen a la cultura de la ceja levantada en tanto que los cuentos y novelas de Ernest Hemingway o los poemas de Walt Whitman a la de la ceja alicaída pues resultan accesibles a los lectores comunes y corrientes. En ambos casos estamos siempre dentro del dominio de la literatura a secas, sin adjetivos. Bajtín y sus seguidores (conscientes o inconscientes) hicieron algo mucho más radical: abolieron las fronteras entre cultura e incultura y dieron a lo inculto una dignidad relevante, asegurando que lo que podía haber en este discriminado ámbito de impericia, chabacanería y dejadez estaba compensado largamente por su vitalidad, humorismo, y la manera desenfadada y auténtica con que representaba las experiencias humanas más compartidas."
Mario Vargas Llosa.

"Existe una historia más o menos común en América Latina, que nos habilita para hablar de un espacio cultural latinoamericano en el que coexisten muchas identidades. No necesitamos ejercer ningún reduccionismo sobre ellas, ni encontrarles rasgos comunes. Lo indígena, lo afroamericano, lo europeo, la latinidad, la tropicalidad, etc., a veces convergen y en otros casos se distancian.Es mejor admitir que cada uno de estos aspectos designa parcialidades: las culturas indígenas son importantes como originarias de este continente, pero la población que las representa abarca unos 40 millones de personas, aproximadamente el 10 por ciento de los habitantes de América Latina, 30 millones de los cuales se concentran en cuatro países (México, Perú, Guatemala y Bolivia). “Lo afroamericano” y “lo tropical”, aparte de la imprecisión de estas fórmulas, pueden ser vistos como soportes de magníficas producciones musicales y literarias pero no es convincente, ni antropológica ni estéticamente, atribuirles la representatividad de lo latinoamericano bajo la etiqueta de “realismo mágico”. Machu Pichu, Macondo y Brasilia, el tango, la salsa y la bossa nova, Borges, Frida Kahlo y García Márquez han servido, junto a muchos más, para que a veces nos sintamos parte de una comunidad latinoamericana, pero las discrepancias e incompatibilidades entre ellos incitan menos a alinearlos en un paquete de ofertas regionales que a pensar en nuestras contradicciones.

Si este espacio común existe es, en parte porque tenemos una historia compartida a partir de la llegada de europeos hace cinco siglos, que instituyó vínculos prolongados hasta hoy, y porque en los últimos 150 años también desarrollamos una historia conjunta, convergente o enfrentada con Estados Unidos."
Néstor García Canclini.



                                         


Por Armando Almánzar Botello


No renegamos del valor lúcidamente crítico que podríamos encontrar en algunas afirmaciones de Mario Vargas Llosa con respecto a lo que diagnostica como una actual banalización de la literatura y el arte padecida por la llamada postmodernidad globalizada, como efecto de la promoción de valores estéticos epidérmicos o meramente hedonistas en el contexto de lo que el importante escritor peruano-español, siguiendo a mi entender la estela de Guy Debord, denomina la Civilización del Espectáculo.

No obstante, me parece que a Vargas Llosa, desde hace varios años, la crítica al adocenamiento del hombre urbano postmoderno le ha conducido a negar las tradiciones orales y la inventiva de lo que todavía puede llamarse pueblo.

De acuerdo con su punto de vista letrado-elitista, las tradiciones populares, indígenas, orales y míticas de América Latina y del Perú en particular —que él mismo retrata de modo muy convincente en su novela "El Hablador"—, no son cultura sino meras modalidades de la incultura.

Para Vargas Llosa, en sus polémicas consideraciones hermenéuticas, el gran crítico ruso Mijail Bajtín, —autor de "La Cultura Popular en La Edad Media y en El Renacimiento. Un estudio de la obra de Francois Rabelais y la carnavalización en la literatura", entre otros importantes textos críticos del pasado Siglo XX—, abolió la oposición paradigmática cultura / incultura, y no la oposición cultura oficial / cultura popular, como el eminente crítico y filósofo soviético postulaba. Ergo: Bajtín, para el Marqués Vargas Llosa, abrió las compuertas a la barbarie.

Nos parece entonces que, para el Premio Nobel peruano nacionalizado español, la única cultura posible sería la de cierta letra secuestrada en los pasillos de una cierta Academia... Lo que entendemos como una definición muy segregativa y racista de cultura.

Evidentemente Vargas Llosa está delineando así una cartografía cultural aséptica para consumidores de arte y literatura de clase alta.

Se trata de eliminar, quizá con alevosía programática, todo lo que pueda oler a "pueblo", a "multitud" (no digo a "muchedumbre").

Por otra parte, debemos recordar que la oposición entre "alta cultura" y "cultura de masas" es utilizada por los filósofos marxistas de la Escuela de Frankfurt de un modo teórico-crítico muy particular. Hay implícito en ese deslinde un severo cuestionamiento a la Sociedad Capitalista y a su producción de ideologemas enmascaradores de la dimensión alienante de la producción serializada, desdiferenciadora, aproblemática.

Sin dejar de reconocer la verdad parcial presente en el enfoque de Adorno, Horkheimer y Marcuse sobre la cultura de masas, me parece que lo que se denomina actualmente postmodernidad no es algo homogéneo.

Sin validar el “anything goes”, el todo vale, algunas manifestaciones culturales postmodernas pueden cribar, seleccionar, reutilizar crítica y creativamente un conjunto de elementos procedentes del mundo de la “cultura de masas”, sin que ello implique, a mi entender, una concesión light al aparato simbólico de producción serializante propio del capitalismo "crematístico".

La cultura popular en América Latina es un factor que no podemos obviar en un enfoque de las tradiciones "orales, carnavalescas y dialógicas", con más razón todavía que en las llamadas sociedades industriales y postindustriales.

Por más erosionado que se encuentre el concepto de "pueblo", sus modalidades semióticas de funcionamiento permanecen, transformándose, pero diferenciadas de la llamada alta cultura.

En este sentido es preciso reflexionar sobre las tesis de autores como Néstor García Canclini, Serge Gruzinski, Carlos Monsiváis, etc., en su conceptualización de las culturas híbridas, el pensamiento mestizo y los aires latinoamericanos de familia...

Lo importante es eliminar la idea esencialista de una supuesta pureza cultural, ya proceda ésta de lo llamado "popular-prístino" como de lo "culto-elitista".

Lo que reviste, a nuestro entender, real trascendencia crítico-cultural, es encontrar, en nuestras sociedades latinoamericanas y antillanas, por ejemplo, complejas modalidades heterogéneas de articulación sígnica de valores, tradiciones y archivos que apunten a la valoración de un cierto mestizaje, de una cierta hibridez semiótica cónsona con la naturaleza plural, múltiple y problemática de nuestros procesos históricos.

En ese sentido, percibo en la posición de Vargas Llosa una concepción muy excluyente de la cultura al limitarla a una formación clásica cuya matriz se remonta a la Edad Media donde la tradición greco-latina se encontraba clausurada en los monasterios y el pueblo creaba el arte de las máscaras grotescas, las ‘facecias’, el carnaval... Con la diferencia de que Vargas Llosa parece despreciar esta segunda vertiente de la cultura, tan valorada por Bajtín, al no considerarla como propiamente cultural.

Con ello, el autor de “La ciudad y los perros” rechaza los valores tradicionales que sobreviven en sociedades híbridas, mulatas y mestizas como las nuestras.

Vargas Llosa parece apostar más bien a un proceso homogéneo de modernización occidentalizante. Es decir, de norteamericanización-europeización de la cultura mundial... Nos sitúa de nuevo, peligrosamente, en la vieja disyuntiva: Civilización (Occidental) o Barbarie... Esta justa acusación se le ha formulado ya en varios contextos.

En la dirección de todo lo que formulo con anterioridad, entiendo que Vargas Llosa se hace merecedor de la crítica de Luis Martín-Cabrera, en el breve ensayo que este escritor titula: 'Contra la escritura letrada de Vargas Llosa'.

En ese trabajo nos dice Martín-Cabrera, entre otras cosas: "Ningún escritor inquieta y preocupa tanto a Vargas Llosa como José María Arguedas. Arguedas era quechuahablante y su literatura, al contrario que la de Vargas Llosa, se movió siempre en una tensión entre dos mundos, dos lenguas y dos historias; El Zorro de arriba y el zorro de abajo, como tituló su última novela. Arguedas, como José Carlos Mariátegui, aunque de manera diferente, no vio en las culturas indígenas una rémora, sino la posibilidad misma del comunismo incaico, de una sociedad y una modernidad asentadas sobre el comunitarismo y no sobre el genocidio cultural y físico de los indígenas."

Finalmente nos preguntamos, profundamente preocupados por la respuesta, si la retracción implícita que propone Vargas Llosa hacia los ámbitos de la Alta Cultura participa de cierto isomorfismo con respecto a las propuestas genocidas presentes en las políticas del Fondo Monetario Internacional (FMI) en su convocatoria tácita a desatender las necesidades de los pensionados y de los sectores mayoritarios de la población mundial concebidos como mera “biomasa”, como parásitos no productivos que sólo generan problemas financieros al Sistema.

¿No estará el Marqués Mario Vargas Llosa, en su aparente defensa de la cultura como valor superior, efectivamente comprometido con el biopoder plutocrático más duro y genocida?

Que conste: no deseamos participar de ningún “amarillismo” propio de La Civilización del Espectáculo al formular esta grave preocupación.




Abril del 2012




© Armando Almánzar Botello.
Santo Domingo, República Dominicana.