Junot Diaz
Junot Díaz, prestigioso escritor de la diáspora dominicana en los Estados Unidos, ha recibido el importante Premio Pulitzer de Literatura 2008, por su novela The Brief Wondrous Life of Oscar Wao (La breve y maravillosa vida de Oscar Wao).
Con este éxito trascendental del creador e intelectual dominicano residente desde hace largos años en Norteamérica, nuestro país logra completar la trilogía de los jóvenes que talvez mejor representen, en los escenarios internacionales de esta época, lo más extraordinario y esperanzador de nuestras potencialidades como pueblo: Sammy Sosa, en el deporte; Juan Luis Guerra, en la música; y ahora, Junot Díaz, en las letras…
Como hemos afirmado en múltiples contextos, resulta archisabido -hasta el punto de que este enunciado bien podría formar parte de una cierta Vulgata Postmoderna-, que toda obra literaria participa, en una u otra forma, de un apetito de otredad y diferencia.
No obstante, este rasgo inseparable de la escritura creativa como pasión por lo desconocido, cobra una especial importancia en el paradigma multicultural, multirracial, multilingüístico, “plurilingual and pluriglutural”, como diría James Joyce, que caracteriza a la postmodernidad de la diáspora literaria latinoamericana en los Estados Unidos.
En la “cópula disyunta” de su decir -turbulenta, gozosa, desgarrada, pero no por ello menos reflexiva y memoriosa- estas voces del exilio nos testimonian, con la polifonía compleja de sus textos, una voluntad de apertura existencial al otro en su radical alteridad y extrañeza; el proyecto poético-político de explorar la producción de convivio, cum, comunidad, inéditos espacios para habitar, crear y disfrutar de plena ciudadanía, sin padecer la vocación homogeneizante de un contrato social y lingüístico mutilador y/o integrista.
Los escritores latinos de la diáspora y los dominicanos en particular, trazan una cartografía escribiente donde se fundan los lugares de conjunción/disyunción entre las diferencias (próximas y lejanas), sin necesariamente rendir culto al tótem centralizador de una koiné, de una lengua universal hipostasiada. Esa lengua canónica que los obligaría, desde una presunta neutralidad autárquica, a leer, interpretar y categorizar el mundo en función de una “unidad oculta” inconfesable: la consolidación de la voluntad hegemónica de lo que acertadamente Vicente Verdú calificó como el “Planeta Americano”. Es decir, esa voraz territorialidad cultural y política estadounidense que casi logra, en nuestros días, fagocitar la totalidad del universo.
La crítica a la falsedad del melting-pot cultural estadounidense y a la voluntad hegemónica norteamericana, ya la había realizado a principios del siglo XX un relevante intelectual anglosajón: Randolph Bourne, quien en su momento fue acusado de traidor por los sectores conservadores de su país.
La posición intersticial de muchos de los textos producidos por los escritores de la diáspora latina en la “ciudad prestada” de Estados Unidos, nos obliga a recordar el concepto acuñado por Gilles Deleuze y Félix Guattari sobre la “literatura menor”. Con su semantismo contradictorio y sus facturas y fracturas “heterofónicas”, esas obras producidas por los sujetos descentrados y diaspóricos de la lecto-escritura, participan de un carácter disonante, fronterizo (border-line) transbinario, fractal y dialógico (Bajtin). “Las tres características de la literatura menor son la desterritorialización de la lengua, la articulación de lo individual en lo inmediato-político, el dispositivo colectivo de enunciación. Lo que equivale a decir que ‘menor’ no califica ya a ciertas literaturas, sino las condiciones revolucionarias de cualquier literatura en el seno de la llamada mayor (o establecida). […]…Escribir como un perro que escarba su hoyo, como una rata que hace su madriguera. Para eso: encontrar su propio punto de subdesarrollo, su propia jerga, su propio tercer mundo, su propio desierto”. (Deleuze-Guattari: Kafka. Por una literatura menor, Claves, México. 1978, p.31).
Sólo el agente productor de una “literatura menor”, tal como se entiende en este contexto deleuziano, puede reconocer y bordear la diferencia no asimilable del otro en su singularidad radical. He aquí un revelador acontecimiento ético-político originario que siempre escapa a nuestros limitados esquemas cognitivos y a un pseudo-reconocimiento folclorizante de la alteridad problemática e imprevisible del “arribante”, como denomina Jacques Derrida al extranjero inmigrante.
Únicamente este sujeto que asume en el decir literario su propia cesura diabálica (E. Trías), diabólica, su propia alteridad constituyente, puede abrirse a una est/ética (espacio de junción de la ética y la estética: Lacan), y al reconocimiento diferencial de los otros en su heterogeneidad inasimilable. Hay diálogo textual y político con el otro, si previamente nuestro discurso se abisma en su íntimo punto ciego de extrañamiento y auto-expropiación.
Es preciso vivir–decir lo que Julia Kristeva, inspirada en Freud, Lacan y Bajtin, conceptualiza como extranjería del sujeto para sí mismo.“¿Cuántos viven hoy en una lengua que no es la suya? ¿Cuánta gente ya no sabe siquiera su lengua o todavía no la conoce y conoce mal la lengua mayor que está obligada a usar? Problema de los inmigrantes y sobre todo de sus hijos. Problemas de las minorías. Problemas de una literatura menor, pero también para todos nosotros: ¿cómo arrancar de nuestra propia lengua una literatura menor, capaz de minar el lenguaje y de hacerlo huir por una línea revolucionaria sobria? ¿Cómo volvernos el nómada y el inmigrante y el gitano de nuestra propia lengua?
Kafka dice [a propósito de su relación extraterritorial con la lengua alemana]: soy un gitano que roba al niño alemán en su cuna para enseñarlo a bailar en la cuerda floja”. (Deleuze-Guattari: Kafka. Por una literatura menor, Claves, México. 1978, p.33).
Estas últimas reflexiones nos aproximan a lo dicho en otro contexto por Giannina Braschi, poeta y narradora portorriqueña que transita por la ciudad prestada, y cuya obra Empire of dreams (El imperio de los sueños. Anthropos, Barcelona, 1988) fue nominada en su momento para el premio Pulitzer: “Estoy creando una ciudad poética en la que se hablan varios idiomas con acentos diversos; en la cual el tiempo de la prosa sea tan rápido e imprevisible como el de los subterráneos; en que prevalezca una idea del sí mismo en construcción permanente”.
No pensamos de ningún modo que esta ciudad poética soñada por la Braschi coincida o pretenda coincidir con la territorialidad concreta de las megalópolis estadounidenses y su corporativismo arquitectónico high tech (a pesar de la sorprendente afirmación eufórica y elogiosa realizada hace años por Derrida, en el sentido de que los Estados Unidos “son” la desconstrucción).
No. La cartografía poética del espacio nómada, liso y liberador al que talvez se refiere la Braschi, no coincide con el territorio real de las estratificaciones sedentarias y reterritorializaciones perversas del artificio, visibles en el contexto de un urbanismo político-cultural estriado, sin límites pero fragmentado, concebido como hipóstasis de las segmentaridades duras y excluyentes. A diferencia de la nueva ciudad de dios -ciberimperial, tecnohermética y falocéntrica-, teorizada y criticada por Alonzo y Arzoz, Virilio, Mattelart, Wacquant, Amendola, entre otros; la ciudad textualizada y poetizada por los escritores de la diáspora debería atravesar de un modo desconstructivo, con el trazado rizomático y rítmico de sus líneas de fuga intensivas, la simple celebración autocomplaciente de una realidad constituida por la psicogeografía bélica de la agresión y el temor, el hegemonismo WASP (White, Anglo-Saxon, Protestant), el desarraigo y la injusticia, la marginalización brutal del inmigrante, “la tolerancia cero” para la pobreza criminalizada, la catástrofe programada y el mero espectáculo anestésico.
Con este preámbulo, quizá demasiado extenso pero estratégicamente necesario, pretendemos contextualizar nuestro profundo y sincero regocijo por la noticia aparecida recientemente en los medios de comunicación, nacionales e internacionales, relativa, como señalábamos al principio de este trabajo, a la concesión del importante premio Pulitzer al destacado escritor e intelectual de la diáspora dominicana en USA, Junot Díaz.
De este joven y valioso creador, profesor en el Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT), sólo conocíamos Drown/Negocios (1996), colección de relatos publicada en inglés-español.
La obra por la que Díaz recibe en este año 2008 el más importante galardón literario de los Estados Unidos, guarda, según informan las agencias noticiosas, una relación de canje lingüístico-textual con el spanglish o espanglés (habla o dialecto que mezcla las estructuras lingüísticas del español y el inglés) y se titula, repetimos, The Brief Wondrous Life of Oscar Wao (La breve y maravillosa vida de Oscar Wao), título que a nuestro entender y casi sin lugar a dudas, juega intertextualmente con The Short Happy Life of Francis Macomber (La corta y feliz vida de Francis Macomber), relato escrito por el inmenso Ernest Hemingway, narrador norteamericano que también recibió el Premio Pulitzer en 1953.
No obstante, a pesar de nuestro regocijo, percibimos que un “reconocimiento de la diferencia” como el que se expresa en el otorgamiento del premio Pulitzer al escritor de origen dominicano Junot Díaz, participa de una ambigüedad o “double-bind" que consiste en conferir insignias académicas de indudable prestigio a lo que de hecho funciona y seguirá operando durante mucho tiempo como un estigma social y político (E. Goffman), en el contexto fundamentalista anglosajón de la sociedad norteamericana: ser latino y hablante de spanglish.
Para nuestro modesto entendimiento, el mencionado galardón concedido a la novela de Díaz -al margen de los valores de ritmo-sentido que pueda exhibir dicha obra escrita en inglés, a la que todavía no hemos dado lectura- podría funcionar paradójicamente como un torniquete de subordinación a la koiné representada por el uso estandarizado y canónico del inglés WASP.
En este contexto, el premio Pulitzer tendría un efecto de refrigerador de contradicciones y “etiquetado procustiano veladamente segregativo” que se recubre con el prestigio -políticamente correcto y mercadológicamente rentable-, de una “pluralista y abierta validación” de lo exótico, lo “creativo”, lo espontáneo y lo étnico, como respuesta pragmática a la relevancia creciente y abrumadora de la población latina en el aparato económico y electoral de los Estados Unidos.
El spanglish funcionaría como la “lengua” de los nuevos bárbaros productivos que infectan inevitablemente el cuerpo “oficial” del Imperio, contribuyendo a la distopía urbana. Bárbaros alejandrinos de la contra-conquista y refinados antropófagos culturales.
Cyborgs: Borges. No resulta ocioso recordar que para pensadores como Gilles Deleuze y Félix Guattari, el capitalismo postmoderno funciona estropeándose. Desde la neutralidad aséptica de la Academia, y partiendo de lo que Slavov Zizek denomina “punto vacío de universalidad anglocentrista”, se produce un reconocimiento del spanglish que permite quizá leer entre líneas una suerte de “racismo con distancia”, consistente en conceder carta de ciudadanía a una singularidad socio-lingüística a condición de “esfingizarla”, de mantenerla prisionera en la esfera neutra de la ficción y la escritura creativa.
Mediante la ambigüedad de un reconocimiento “oficial” que podría operar como un “corte consagratorio embalsamante” y como dispositivo de neutralización del deseo transgresor implícito en ciertos actos de habla sociolectales, se podría desconectar al spanglish de todos los movimientos sociales, políticos y reivindicativos que atraviesan la escena cultural norteamericana. Recuperación de una diferencia, sin asumir hasta sus últimas consecuencias el costo político liberador que implica este “pase” condicionado. ¿Permisividad represiva? (Marcuse). El buen scholar nos diría que de hecho el premio en cuestión implica todo lo contrario de lo que estamos afirmando, pero no obstante insistimos en mantener nuestra sospecha estratégica.
Como dice José María Ripalda: El espacio postmoderno es tramposo, pues su pluralidad y descentramiento se hallan recentrados por hegemonías evidentes y menos evidentes. Es claro que la plusvalía político-lingüística que extrae el establishment anglosajón del uso del spanglish por parte de las poblaciones latinas, favorece preponderantemente la erosión del sistema lingüístico del castellano, la consolidación del monolingüismo anglófono, la depauperación simbólica y la deculturación empobrecedora de una población latina establecida en los Estados Unidos que, por complejas razones nacionales y transnacionales padece en su mayor parte insuficiencias severas para pensar-actuar, tanto en inglés como en español, debido a un déficit educacional básico resultante de la falta de políticas idóneas en este sector.
Hombres como Junot Díaz y otros destacados intelectuales de la diáspora dominicana en USA, representan dignas excepciones a la regla. Esperamos atentamente la más profunda recepción crítica de la novela de Díaz en el contexto anglosajón, para determinar si dicho texto constituye un aporte significativo de permanencia a la literatura norteamericana. Tendríamos que realizar, asimismo, la lectura de la traducción de esa obra al castellano, para comprobar si esa transcripción crea valores de ritmo-sentido que operen un cambio en los protocolos de lectura, dominio de los códigos hermenéuticos y relaciones con el lenguaje, que hasta la fecha definen a los lectores de un cierto nivel de competencia semiótica en la literaturidad contemporánea del castellano, como lengua de llegada.
Entretanto, el spanglish permanece como “impuro dialecto callejero” que sólo puede aceptarse como testimonio de tolerancia académica multicultural por parte de los poderes reguladores del canje entre hilotas y homoiois, entre habitantes de baja categoría lingüístico-laboral y ciudadanos de pleno derecho en el mundo de las ciudadanías interculturales, translingüísticas, transnacionales y globales (Canclini, Negri, Braidotti).
De seguro que a Junot Díaz no se le permite impartir en spanglish sus cursos de escritura creativa en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). ¡Lo debe hacer en buen inglés canónico! De no ser así, el señor Noam Chomsky, autoridad tutelar en el MIT y uno de los genios lingüísticos del siglo XX (por cierto, Chomsky no habla russianglish), le daría de seguro un buen tirón de orejas. En fin, basta de humor gris, que Chomsky es de los “nuestros” y miles de golondrinas quizá hagan verano… Finalmente, exhortamos a nuestros desocupados lectores latinos y dominicanos (apelando a su solidaridad y panamericanismo bolivarianos), a que simultáneamente con nuestra satisfacción “patriótica” por el importante premio concedido a Junot Díaz en los Estados Unidos, reflexionemos con plena seriedad sobre este titular aparecido en el periódico Diario Libre digital, de fecha viernes 11 de abril de 2008: New York. ¡Juez norteamericano ordena deportar dominicanos por no saber inglés!