A la humanidad en éxodo y exilio
Water of the Flowery Mill, 1944
Arshile Gorky (American, born Armenia, 1904–1948)
Arshile Gorky (American, born Armenia, 1904–1948)
Por: Armando Almánzar-Botello
Diáspora de los significantes, pavor secreto ante un enigma: la experiencia del Viaje auténtico no comporta de modo exclusivo el mero desplazamiento de nuestro cuerpo denso por los caminos programados del mundo.
Viajar es publicar el ser y dispersarlo, para luego reordenar las esquirlas del sentido en una nueva, flexible y promisoria configuración.
Aventura irónica en la superficie del lenguaje, el viaje verdadero conjuga en su ambigua topología lo sensorial y lo espiritual, la purificación y la contaminación, el descubrimiento y el derrumbe, lo físico y lo metafísico, la atracción y el rechazo, el riesgoso deslizamiento de nuestro cuerpo erógeno sobre la tensa cuerda que atraviesa el abismo de lo incierto.
Viajar no es tan sólo explorar lo extenso, la geografía material, objetiva y palpable por la que discurren precisos nuestros pasos. Viajar es también cartografiar el paisaje intensivo y enigmático de nuestras pulsiones y turbulencias recónditas. Quien viaja en sentido fuerte explora, no sólo las evidencias del Camino, sino algo más: las ingrávidas ensoñaciones del alma y el oscuro reclamo de los cuerpos.
El viaje convencional de evasión y vacaciones planificado por la agencia turística, deviene fácilmente en “no-viaje”. Este preserva y refuerza, con sus apretados programas de visitas epidérmicas que mantienen a raya la alteridad y la diferencia, los escotomas narcisistas, presunciones y “consistencias” imaginarias del consabido sujeto urbano promedio de las sociedades avanzadas.
Prisionero de "lo mismo", sometido a los rígidos carriles del tiempo convencional administrado, el común viajero turístico de nuestros días pierde de vista casi siempre la multiplicidad irreductible de las culturas, al desplazarse quizá robóticamente por una yerta geografía universal de estereotipos y de fríos establecimientos para el expendio de comida rápida. Estrategias globales de posicionamiento mercadológico en la complejidad de un paisaje cultural unidimensionalizado por las megaestructuras guerreras monocéntricas, los protocolos trivializantes del guía turístico y la dislocación publicitaria telemediática.
El auténtico viajero se desliza por la pulida superficie de un receptivo silencio originario, donde la presunta pureza axiológica del “adentro” celebra sus bodas extrañas con el “afuera” que mancha.
Quien en verdad viaja, -no sólo de modo profano, burdo y realista, sino iniciático y erógeno- se desplaza simultáneamente hacia “afuera” y hacia “adentro”, hacia el futuro y hacia el pasado, hacia arriba y hacia abajo: hacia el torrente lúcido de estrellas que arden en la sangre.
El viaje deviene entonces crucial experiencia ontológica de muerte y renacimiento. Escritura monstruosa de la infancia. Espacio pululante de lo múltiple donde cada accidente participa del hechizo inmarcesible de lo único.
El viaje auténtico: vivienda del desamparo y el desasosiego absoluto. Abandono voluntario de las seguridades ligadas a nuestros circuitos convencionales de vida. Despliegue riesgoso pero liberador que nos obliga a una confrontación permanente con la marginalidad, la pobreza y lo siniestro. Con aquello familiar y conocido en el tiempo del origen que devino extraño y amenazante por la represión y el olvido.
Los significantes “extranjeros”que nos aguardan en el camino, sorprendiéndonos con el resplandor de su extrañeza, pueden activar en nosotros las vivencias oscuras de Das Unheimliche (lo siniestro: Freud) y obligarnos -dependiendo de cuán dotados estemos para la catástrofe metafísica y la deflagración poética- a la urgente redefinición de la totalidad de nuestra vida.
Hoy, sofisticados bárbaros con atavíos cibernéticos, exploramos también los caminos virtuales de la red ilimitada con la lúcida o turbia pasión rememorante de un pasado nómada que vuelve: peregrinación convivencial de lo diverso; arqueología compasiva del viaje sin fronteras; patria utópica de pasos y latidos enlazados: móvil, policéntrico y erógeno tatuaje sobre el cuerpo compartido del instante...
El “marketing de lo natural” y la naturalidad del marketing, floreciendo de una misma agrimensura celeste, en el ejercicio del biopoder asesino, en el falso júbilo planetario del fin mentido de la historia, en el círculo contabilizado del eterno retorno de la Bomba... [¡Ahora la masacre israelí contra los palestinos de la Franja de Gaza!]
Viajamos cada día por el borrador de un texto -planetario, dialógico, sin límites- donde la guerra genocida se disfraza con el nombre de lucha por la dignidad humana, el odio y la venganza enmascarados de amor se difunden con el viento radioactivo, el “choque de civilizaciones” se perfila ominoso en el horizonte, la instancia de una letra nos resulta dolorosa, irrenunciable, y el punto y aparte frente al dolor del prójimo se revela conflictiva materia de juicio metafísico y moral. Punto y aparte.
La real exploración de la distancia, el desplazamiento del ojo del viajero por la línea de fuga que conduce a la desgarradura de lo Otro, a lo desconocido que nos arde, permite también un insospechado redescubrimiento de la fina textura de lo próximo.
Desde la aparente claridad íntima de lo propio, iniciamos la travesía mítica que nos arroja, palpitantes y atónitos, al espacio de los terrores y hechizos primordiales.
Más allá del asco, el miedo, la angustia -formas de la retracción del ser ante la amenaza contaminante de la pobreza, lo excesivo y lo extraño -exploremos la oscura turbulencia seminal del Afuera absoluto que nos habla por detrás de la seguridad de todos los límites.
Allí sufriremos, tal vez, la insospechada revelación retroactiva del oscuro núcleo de monstruosidad e injusticia que late ominosamente en la supuesta pureza benéfica del adentro.
El alumbramiento de lo lejano produce, de modo simétrico inverso, la enigmatización y el espesamiento de lo que suponíamos entrañable, conocido y doméstico. A través de la experiencia del viaje afinamos nuestras percepciones, agudizamos nuestra conciencia para recibir lo inconmensurable, redescubrimos lo íntimo bañado por una nueva luminosidad increíble.
En el claroscuro del camino rememoramos las potencialidades e insospechadas aristas de lo próximo. Viviendo la alternancia de la ida y el retorno, el viajero descubre que la domesticidad del “adentro”es una provisoria invaginación apaciguada del “afuera”turbulento...
Explorando lo ajeno y lo distante me reconcilio a través de la nostalgia con las delicias y horrores de lo propio.
El viaje convencional de evasión y vacaciones planificado por la agencia turística, deviene fácilmente en “no-viaje”. Este preserva y refuerza, con sus apretados programas de visitas epidérmicas que mantienen a raya la alteridad y la diferencia, los escotomas narcisistas, presunciones y “consistencias” imaginarias del consabido sujeto urbano promedio de las sociedades avanzadas.
Prisionero de "lo mismo", sometido a los rígidos carriles del tiempo convencional administrado, el común viajero turístico de nuestros días pierde de vista casi siempre la multiplicidad irreductible de las culturas, al desplazarse quizá robóticamente por una yerta geografía universal de estereotipos y de fríos establecimientos para el expendio de comida rápida. Estrategias globales de posicionamiento mercadológico en la complejidad de un paisaje cultural unidimensionalizado por las megaestructuras guerreras monocéntricas, los protocolos trivializantes del guía turístico y la dislocación publicitaria telemediática.
El auténtico viajero se desliza por la pulida superficie de un receptivo silencio originario, donde la presunta pureza axiológica del “adentro” celebra sus bodas extrañas con el “afuera” que mancha.
Quien en verdad viaja, -no sólo de modo profano, burdo y realista, sino iniciático y erógeno- se desplaza simultáneamente hacia “afuera” y hacia “adentro”, hacia el futuro y hacia el pasado, hacia arriba y hacia abajo: hacia el torrente lúcido de estrellas que arden en la sangre.
El viaje deviene entonces crucial experiencia ontológica de muerte y renacimiento. Escritura monstruosa de la infancia. Espacio pululante de lo múltiple donde cada accidente participa del hechizo inmarcesible de lo único.
El viaje auténtico: vivienda del desamparo y el desasosiego absoluto. Abandono voluntario de las seguridades ligadas a nuestros circuitos convencionales de vida. Despliegue riesgoso pero liberador que nos obliga a una confrontación permanente con la marginalidad, la pobreza y lo siniestro. Con aquello familiar y conocido en el tiempo del origen que devino extraño y amenazante por la represión y el olvido.
Los significantes “extranjeros”que nos aguardan en el camino, sorprendiéndonos con el resplandor de su extrañeza, pueden activar en nosotros las vivencias oscuras de Das Unheimliche (lo siniestro: Freud) y obligarnos -dependiendo de cuán dotados estemos para la catástrofe metafísica y la deflagración poética- a la urgente redefinición de la totalidad de nuestra vida.
Hoy, sofisticados bárbaros con atavíos cibernéticos, exploramos también los caminos virtuales de la red ilimitada con la lúcida o turbia pasión rememorante de un pasado nómada que vuelve: peregrinación convivencial de lo diverso; arqueología compasiva del viaje sin fronteras; patria utópica de pasos y latidos enlazados: móvil, policéntrico y erógeno tatuaje sobre el cuerpo compartido del instante...
El “marketing de lo natural” y la naturalidad del marketing, floreciendo de una misma agrimensura celeste, en el ejercicio del biopoder asesino, en el falso júbilo planetario del fin mentido de la historia, en el círculo contabilizado del eterno retorno de la Bomba... [¡Ahora la masacre israelí contra los palestinos de la Franja de Gaza!]
Viajamos cada día por el borrador de un texto -planetario, dialógico, sin límites- donde la guerra genocida se disfraza con el nombre de lucha por la dignidad humana, el odio y la venganza enmascarados de amor se difunden con el viento radioactivo, el “choque de civilizaciones” se perfila ominoso en el horizonte, la instancia de una letra nos resulta dolorosa, irrenunciable, y el punto y aparte frente al dolor del prójimo se revela conflictiva materia de juicio metafísico y moral. Punto y aparte.
La real exploración de la distancia, el desplazamiento del ojo del viajero por la línea de fuga que conduce a la desgarradura de lo Otro, a lo desconocido que nos arde, permite también un insospechado redescubrimiento de la fina textura de lo próximo.
Desde la aparente claridad íntima de lo propio, iniciamos la travesía mítica que nos arroja, palpitantes y atónitos, al espacio de los terrores y hechizos primordiales.
Más allá del asco, el miedo, la angustia -formas de la retracción del ser ante la amenaza contaminante de la pobreza, lo excesivo y lo extraño -exploremos la oscura turbulencia seminal del Afuera absoluto que nos habla por detrás de la seguridad de todos los límites.
Allí sufriremos, tal vez, la insospechada revelación retroactiva del oscuro núcleo de monstruosidad e injusticia que late ominosamente en la supuesta pureza benéfica del adentro.
El alumbramiento de lo lejano produce, de modo simétrico inverso, la enigmatización y el espesamiento de lo que suponíamos entrañable, conocido y doméstico. A través de la experiencia del viaje afinamos nuestras percepciones, agudizamos nuestra conciencia para recibir lo inconmensurable, redescubrimos lo íntimo bañado por una nueva luminosidad increíble.
En el claroscuro del camino rememoramos las potencialidades e insospechadas aristas de lo próximo. Viviendo la alternancia de la ida y el retorno, el viajero descubre que la domesticidad del “adentro”es una provisoria invaginación apaciguada del “afuera”turbulento...
Explorando lo ajeno y lo distante me reconcilio a través de la nostalgia con las delicias y horrores de lo propio.
Tórrida de palabras vibrantes o nevada de silencio, en la experiencia poética del paisaje fluyente encarnan los fantasmas. En el viaje se disuelve el espesor unívoco de lo real. El sueño activo se transmuta en carne y mundo. Aprendemos, recorriendo la piedad, el temor y las distancias, a ser cada vez más nosotros mismos a través del laberinto del no-ser.
Extraña topografía iniciática la del viaje, donde la vida se desliza hacia una muerte que a su vez engendra vida.
Sondeamos aquí el misterio palpable de toda visión cosmogónica del universo turístico. Si viajar es el morir de nuestras certezas apodícticas y seguridades axiológicas -hacer la experiencia escritural de lo ajeno, el desasimiento, la impermanencia y la disolución- morir es también, inversamente, continuar en la memoria de otros cuerpos el viaje de retorno hacia el enigma de lo (im)propio...
Septiembre de 1999.
Santo Domingo, R.D.
Tomado del libro Cazador de Agua y otros textos mutantes (Antología poética personal 1977-2002.) Editora Gente, Santo Domingo, R. D. 2003