Espero con ansiedad el día en que todos, no únicamente los sordomudos, podamos leer a Cervantes y a Shakespeare en lenguaje viso-gestual y no necesariamente de forma viso-fonético-alfabética o ideográfica... En términos hermenéuticos y ético-políticos, ¿se ganaría algo nuevo con ello?
Por Armando Almánzar-Botello
“Il n’y pas hors-text” (no existe nada fuera de texto), decía el filósofo francés Jacques Derrida.
Esta polémica afirmación no implica, como creen erróneamente muchos, un simple “lingüisticismo”: la defensa de la tesis que vendría a decirnos que no hay nada fuera del discurso, fuera del lenguaje.
Se alude aquí, en la formulación del gran filósofo galo, a la puesta en funcionamiento de una generalización de la noción de “texto”, más allá de la oposición “lenguaje” / “mundo de las cosas”.
Esta 'archiescritura', conceptualizada así por el primer Derrida, sin que niegue las diferencias de registros existentes entre los órdenes del “lenguaje” y la “cosa”; el “discurso” y la llamada “realidad”, involucra en su “diseminación” tanto al Sujeto como al Objeto.
Debemos recordar la relevancia de la noción de “huella” en el pensamiento del Derrida de “De la Gramatología”. Nada, ni siquiera la “cosa”, se manifiesta en su ‘pura’ presencia metafísica, libre de una malla de reenvíos textuales propiciados o facilitados por dicha huella.
Dice literalmente Derrida en la página 64 de “De la Gramatología”. Siglo XXI Editores, México, 1978 (Texto adquirido por mí en el año 1973 en la “Librería Paz”, administrada por el Padre jesuita Alberto Villaverde, en Santo Domingo):
«La diferencia entre la fenomenología de Husserl y la de Peirce es fundamental, pues concierne a los conceptos de signo y de manifestación de la presencia, a las relaciones entre la representación y la presentación originaria de la cosa misma (la verdad). En relación con este punto Peirce está sin duda más próximo del inventor de la palabra fenomenología: Lambert se proponía en efecto “reducir la teoría de las cosas a la teoría de los signos”. Según la “faneroscopia” o “fenomenología” de Peirce, la manifestación en sí misma no revela una presencia, sino que constituye un signo. Se puede leer en los Principies of phenomenology que “la idea de manifestación es la idea de un signo”.12. Por consiguiente no hay una fenomenalidad que reduzca el signo o el representante para dejar brillar, al fin, a la cosa significada en la luminosidad de su presencia. La denominada “cosa misma” es desde un comienzo un ‘representamen’ sustraído a la simplicidad de la evidencia intuitiva. El ‘representamen’ sólo funciona suscitando un ‘interpretante’ que se convierte a su vez en un signo y así hasta el infinito. La identidad consigo mismo del significado se oculta y desplaza sin cesar. Lo propio del ‘representamen’ es ser él y otro, producirse como una estructura de referencia, distraerse de sí. Lo propio del ‘representamen’ es no ser ‘propio’, vale decir absolutamente ‘próximo’ de sí (prope, proprius). Ahora bien, lo ‘representado’ es desde un principio un ‘representamen’.» Nota al pie de la página 64 de la edición que poseo y cito: «12. P. 93. Recordemos que Lambert oponía la fenomenología a la aleteiología». Cierro la cita.
Debe entenderse por ‘aleteiología’ una disciplina o modalidad hermenéutica cuyos recursos interpretativos apuntan al descubrimiento o a la simple revelación de un presunto sentido inmediato y/o verdad (aletheia) inmanente a la ‘cosa’ en la presunta pureza de su presencia.
Evidentemente, esta posición comporta una metafísica de la presencia. Esta ontología de la presencia se manifiesta en la hipóstasis de un significado trascendental o en la esencialización de la ‘pura’ cosa, que de simple desecho y/o mero vestigio hylético, pasa a encarnar una verdad cuyo sentido “pre-existe” al lenguaje.
En el contexto derrideano de esta problemática gramatológica (vinculada también con los pensamientos de Charles Sanders Peirce y del segundo Wittgenstein), en la que a través de la huella se produce una suerte de juego diferencial o de reenvío matricial entre la “palabra”, el “gesto” y la “cosa” designada, puedo ahora decir que el “sordomudo” no es una real excepción a la efectiva operatividad o vigencia de la conceptualización filosófico-científica que juzga al “lenguaje doblemente articulado” como la instancia que constituye lo que se podría llamar, siguiendo a Gerard Mendel y a Jacques Lacan, por ejemplo, “núcleo simbólico-antropológico específico” del Homo sapiens sapiens. Dicho nódulo estructural y conceptual permite la realización de un particular deslinde relativo entre “lo animal” y “lo humano”.
Evidentemente, esta posición comporta una metafísica de la presencia. Esta ontología de la presencia se manifiesta en la hipóstasis de un significado trascendental o en la esencialización de la ‘pura’ cosa, que de simple desecho y/o mero vestigio hylético, pasa a encarnar una verdad cuyo sentido “pre-existe” al lenguaje.
En el contexto derrideano de esta problemática gramatológica (vinculada también con los pensamientos de Charles Sanders Peirce y del segundo Wittgenstein), en la que a través de la huella se produce una suerte de juego diferencial o de reenvío matricial entre la “palabra”, el “gesto” y la “cosa” designada, puedo ahora decir que el “sordomudo” no es una real excepción a la efectiva operatividad o vigencia de la conceptualización filosófico-científica que juzga al “lenguaje doblemente articulado” como la instancia que constituye lo que se podría llamar, siguiendo a Gerard Mendel y a Jacques Lacan, por ejemplo, “núcleo simbólico-antropológico específico” del Homo sapiens sapiens. Dicho nódulo estructural y conceptual permite la realización de un particular deslinde relativo entre “lo animal” y “lo humano”.
Creemos, no obstante, tal como lo entendía el Wittgentein de Las investigaciones lógicas a propósito de las relaciones entre “lenguaje”, por un lado, y silencio “fuera” del lenguaje, por el otro, en la existencia de un “laberinto problemático de fronteras”, rizomático, diría Gilles Deleuze, entre los ámbitos de la humanidad y la animalidad.
No existe un corte unívoco que permita separar limpiamente, de un modo absoluto, sin contaminación o resonancia de un estatuto sobre el otro, al animal de lo humano. Aludimos aquí a la problematicidad de lo (In)humano.
Tampoco decimos que no existan, en los planos ontogenético y filogenético del Homo sapiens, ciertos tipos de pensamiento generados más acá o más allá del “lenguaje lingüístico” en sentido estricto. —Entendemos, tal como lo hemos resaltado más arriba, la potencia semiótica de la huella, del grama, del reenvío archiescritural y del sinsentido pre-verbal y translingüístico en su condición de operatividades constituyentes y juegos diferenciales que subtienden a todo lenguaje o lengua particular constituida.
Entendemos, además, que no existe una separación radical entre los llamados tres registros lacanianos: Simbólico, Imaginario y Real. Existe más bien una relación compleja de conjunción, solapamiento y disyunción entre estos mencionados órdenes del sentido, el sinsentido y el no-sentido.
Sin embargo, no consideramos puntualmente demasiado esclarecedora la visión teórica, tal como la formula George Steiner en sus excelentes reflexiones sobre lo humano y lo bestial, en la que el ser humano sordomudo viene a constituir un “quid enigmático” y una suerte de excepción a la tesis que define como rasgo distintivo y fundamental de lo humano las estructuras operativas del lenguaje articulado, entendido esencialmente en sus manifestaciones orales.
Por más independientes que sean las lenguas gestuales de las orales (y esto lo aceptamos como una realidad validada por las investigaciones de varias disciplinas científicas), no es concebible, en la presente fase de la filogénesis del Homo sapiens, una sociedad humana totalmente constituida por “sordomudos”, organizada de modo autónomo y que funcione con absoluta independencia de los valores, prestaciones tecno-simbólicas y facilitaciones convivenciales creados por el Orden Simbólico humano, cuya instancia de organización funcional básica sigue siendo el lenguaje articulado en el plano de la oralidad.
Si bien una gran parte de los miembros de una determinada comunidad pueden comunicarse de un modo gestual prescindiendo de la comunicación oral “explícita” y en apariencia “implícita”, la historia humana no registra ningún caso de comunidades sordomudas EN SU TOTALIDAD, cuyas codificaciones culturales no estuvieran relacionadas, de un modo u otro, con sociedades o con sectores mayoritarios de la comunidad en los cuales la comunicación oral fuera la preponderante.
Parece que ahora se aborda una verdad de Perogrullo, pero esta problemática es crucial en ciertos contextos lingüísticos, tecno-científicos, (post)humanísticos y filosófico-políticos.
Aunque existen personas (sordomudos congénitos), cuya “lengua materna natural es de características gestuales”, y si también se puede hablar de “culturas sordas” y de “sub-culturas del silencio” con numerosos “hablantes”, —los cuales comienzan poco a poco a exigir el respeto a sus derechos, ¿valores?... y diferencias—, estas situaciones extremas se viven siempre como sub-conjuntos subsumidos en el universo de las “lenguas lingüísticas” orales, entendidas como lenguas mayoritarias. En este contexto complejo, heteróclito, se operan procesos intersemióticos multidireccionales de transcripción y traducción. Esta realidad plantea, de hecho, un reto bioético, convivencial y político.
Si bien el sordomudo vive su gestualidad comunicativa codificada, sin discurso lingüístico explícito (lo cual no excluye las “sonorizaciones fantasmáticas” o virtuales del pensamiento en el registro fenomenal del sonido como “ser-oído del sonido”, independientemente de su efectuación real o física en el mundo: esto se ha comprobado experimentalmente), no se desenvuelve, en efecto, de un modo completamente ajeno al lenguaje oral stricto sensu, no vive totalmente “fuera del lenguaje oral”, pues el propio “silencio significante” por el que se desplaza es un efecto del lenguaje articulado, del orden simbólico y de la cultura: es un “afuera modulado por la misma oralidad”.
Este “afuera” topológico no sería posible sin la dimensión lingüística constituyente de la comunidad oral mayor en la que viene a insertarse el “sordomudo”.
Por más natural que se considere la comunicación interhumana en base a gestos codificados (los cuales tienen de hecho su propia “fonología”, su propio “léxico” icónico-gestual, su propia “sintaxis” kinésica, etc.), ningún código no verbal de comunicación funciona para el hombre sin relaciones de contaminación, de interacción por omisión o de recambio semiótico, —directas o indirectas, en el plano de la oralidad glosopoiética o en el de la grafía, en los ámbitos fonético-alfabéticos o ideográficos—, con el sistema de las denominadas “lenguas lingüísticas” orales.
Otra cosa distinta observamos si se toma en cuenta lo que la etología entiende y denomina como “códigos de información o sistemas de comunicación y señalización”.
Estos códigos y sistemas funcionan de un modo instintivo y preformado en los animales (aunque puedan ser perfeccionados por aprendizaje), pero resultan muy diferentes en sus grados de complejidad, —tal como lo entienden la lingüística y las neurociencias modernas—, a lo que se conceptualiza y define como "lenguaje oral doblemente articulado" o, como en el caso de los sordomudos, “lengua humana de señas” o de “signos gestuales”.
© Armando Almánzar-Botello
Santo Domingo, República Dominicana.
ADENDA 2014
¡NO ES CIERTO QUE TODO PENSAMIENTO POSTESTRUCTURALISTA REDUZCA LO REAL A SIMPLE DISCURSO, A MERA IMAGEN (CONVENCIONAL) O A SEMBLANTE!
ADENDA 2014
¡NO ES CIERTO QUE TODO PENSAMIENTO POSTESTRUCTURALISTA REDUZCA LO REAL A SIMPLE DISCURSO, A MERA IMAGEN (CONVENCIONAL) O A SEMBLANTE!
1-. Generalizar, deconstructivamente, el concepto de “Escritura”, en su calidad de categoría opuesta metafísicamente a la idea de “Habla”, y pensar entonces, como hace Jacques Derrida (“De la Gramatología”), la noción de “Archiescritura”, no comporta ningún lingüisticismo ni absolutización alguna del lenguaje o el discurso frente a la llamada realidad-real.
2-. Generalizar el concepto de “IMAGEN”, tal como lo hace Gilles Deleuze (“Diferencia y Repetición”, “La imagen-movimiento I", “La imagen-tiempo II") y entender que participan del estatuto general de “imágenes” las llamadas “imágenes convencionales”, las COSAS mismas y el movimiento, no comporta una abolición de las diferencias tipológicas y estructurales existentes entre las heterogéneas manifestaciones de las “imágenes”, una de las cuales la constituye el “cerebro-sujeto” como “interioridad” o “pliegue” de cierta especie de imágenes... Las categorías deleuzianas de “imagen-movimiento” e “imagen-tiempo” no funcionan dentro del modelo platónico MODELO/COPIA, no son equiparables a la última categoría o polo de ese paradigma metafísico-trascendental, ni tampoco se reducen a la pura idealidad .
3.- Cuando para superar, por motivos internos a su propio campo psicoanalítico-filosófico, la oposición metafísica tradicional "Lengua/Habla", Jacques Lacan acuña el neologismo "Lalangue", y sitúa dicha manifestación del lenguaje en relación con el registro del "Inconsciente Real" del "Parlêtre", como algo diferente al "Inconsciente Simbólico" freudiano, no está reduciendo el mundo a simple semblante o imagen. ¡Todo lo contrario! Frente a cualquier "nominalismo" reductor, defiende el carácter irreductible de un REAL INDOMEÑABLE.
Es necesario conocer con cierta mínima precisión aquello que pretendemos criticar.
2-. Generalizar el concepto de “IMAGEN”, tal como lo hace Gilles Deleuze (“Diferencia y Repetición”, “La imagen-movimiento I", “La imagen-tiempo II") y entender que participan del estatuto general de “imágenes” las llamadas “imágenes convencionales”, las COSAS mismas y el movimiento, no comporta una abolición de las diferencias tipológicas y estructurales existentes entre las heterogéneas manifestaciones de las “imágenes”, una de las cuales la constituye el “cerebro-sujeto” como “interioridad” o “pliegue” de cierta especie de imágenes... Las categorías deleuzianas de “imagen-movimiento” e “imagen-tiempo” no funcionan dentro del modelo platónico MODELO/COPIA, no son equiparables a la última categoría o polo de ese paradigma metafísico-trascendental, ni tampoco se reducen a la pura idealidad .
3.- Cuando para superar, por motivos internos a su propio campo psicoanalítico-filosófico, la oposición metafísica tradicional "Lengua/Habla", Jacques Lacan acuña el neologismo "Lalangue", y sitúa dicha manifestación del lenguaje en relación con el registro del "Inconsciente Real" del "Parlêtre", como algo diferente al "Inconsciente Simbólico" freudiano, no está reduciendo el mundo a simple semblante o imagen. ¡Todo lo contrario! Frente a cualquier "nominalismo" reductor, defiende el carácter irreductible de un REAL INDOMEÑABLE.
Es necesario conocer con cierta mínima precisión aquello que pretendemos criticar.
© Armando Almánzar-Botello
Santo Domingo, República Dominicana.
EL LENGUAJE DE LOS SIGNOS
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