Modulaciones oníricas de la Utopía
Portada del libro de Donna Haraway "Simians, Cyborgs and Women".
Por Armando Almánzar-Botello
A Jacques Lacan, in memoriam.
A Élisabeth Roudinesco.
A Narciso Isa Conde.
El nombre-del-padre, la función paterna y la metáfora disyuntiva-conjuntiva, elementos reguladores que operan en el seno de la familia como instancias del lógos separador-vinculador en su carácter de principio tradicional de autoridad en las sociedades androcéntricas occidentales (E. Roudinesco), han sido violentamente erosionados —proceso que se acelera a partir de una cierta etapa de la modernidad o postmodernidad—, por una racionalidad económica y cognitivo-instrumental que sólo reconoce como única o básica garantía del lazo social, del vínculo cultural o del nexo de convivencia, al poder económico hipostasiado, absolutizado, voluntarista, y al dominio tecno-científico manipulador. ¿Adiós a Papá?
Paradójicamente, sólo pensamientos polivalentes y complejos, alertados por el psicoanálisis freudo-lacaniano y por el marxismo, —orientaciones tradicionalmente ligadas al llamado "sesgo falogocéntrico"—, pueden ofrecer las más afinadas capturas conceptuales de la mencionada crisis parental del androcentrismo y de las mutaciones que ya se perfilan en las estructuras familiares propias del mundo capitalista de Occidente.
Un catastrófico proceso de tribalización galopante y de promoción de lo que Jean Baudrillard denominaba “androginia metastásica”, se confunde con las llamadas Leyes del Mercado y con la crisis de las estructuras de parentesco.
El riesgo, la peligrosidad de esta crisis, como bien lo señala Élisabeth Roudinesco, se puede medir en el esfuerzo desesperado de ciertos sectores por restaurar una figura super-yoica y perversa de "dios-padre", mediante el abocamiento a una nueva forma de tiranía que pretende rehabilitar viejos fantasmas dictatoriales, autoritarios y feroces. Paradójico intento de salvarnos del caos mediante un retorno supuestamente apotropaico y talismánico de lo monstruoso reprimido, que vuelve, sigilosamente, transmutado en presunta instancia benéfica, salutífera y salvífica, convertido en aparente amuleto para exorcizar el desastre y salvar al orden social de su disolución.
Aclaramos que este fantasma del “padre-salvador” que retorna, es un complemento perfecto de la estructura criminal del biopoder mítico y de la crisis misma que se pretende conjurar con una apelación desesperada al viejo autoritarismo.
De hecho, para superar en profundidad esta crisis se requiere de una nueva estructura familiar, permeada y regulada por una racionalidad activa que deje lugar a la desnudez del Acontecimiento, a la posibilidad “sanadora”, benéfica, de la “co-apropiación y la trans-apropiación” (Ereignis: Heidegger).
El nuevo espacio familiar que germina hoy sobre las deterioradas instituciones patriarcales (viejas familias en crisis, ejército, iglesia, partidos políticos tradicionales, etc.), permitiría, quizá, el encuentro efectivo con lo heterogéneo, el diálogo con la diferencia y el posible respeto positivo a la radical alteridad del otro. Se esperan, en un escenario de profundas transformaciones antropológicas, nuevas suplencias estabilizantes y sublimaciones sinthomáticas de los nombres-del-padre...
A través de una Verwindung-Andenken, pensar-actuar-rememorante, superador del Ge-Stell, entendido este último como estructura de imposición o dominación tecnológica (Heidegger), se prefigura el espacio de una nueva socialidad efectivamente dialógica en el horizonte de lo que Jacques Derrida concibe como “la democracia por venir”.
Derrida nos dice que, si bien la familia no es a-histórica, es una estructura matricial transhistórica que varía en su dinámica, su política y su estructura, pero conservando siempre cierta capacidad de producción/aniquilación de subjetividad.
Considera Derrida que frente a la presente decadencia del modelo familiar nuclear burgués, y con las posibilidades que ofrecen en su ambigüedad problemática las mismas tecnociencias (la genética molecular, la genómica, etc.), debemos entender como algo inevitable el abrirse a nuevas estructuras parentales, por lo demás, ya en curso de articulación localizada, con los pro y los contra que dicha apertura conlleva (Donna Haraway).
Esa inédita bisagra simbólica de una familia redefinida y reorientada en sus estrategias (É. Roudinesco, D. Haraway), operando como espacio simultáneamente conjuntivo y disyuntivo entre lo micro y lo macro político y social, debería promover la multiplicidad, el lazo trans-binario entre las partes y la dimensión creativa, democrática y multiforme de sus mecanismos de regulación, de sus instancias de “auto-eco-organización” (E. Morin).
Ello vendría a sustituir la lógica destructiva de la simple “apropiación” capitalista que aplasta y sumerge a la “otredad” en el agujero negro de la misma estructura familiar en crisis, o que sólo reconoce y “respeta” en ese “otro” su poder adquisitivo en el seno de las relaciones de producción-distribución-consumo, su capacidad funcional de control y eficacia en el contexto de los poderes establecidos, su mera obediencia o subordinación a los poderes fácticos más mercuriales y ligados a la más cruda conveniencia economicista.
La familia, como aparato ideológico del Estado Capitalista en crisis, se manifiesta como una simple y perversa micro-empresa de promoción de la competencia, del mero cálculo de conveniencia entendido como prosecución prostitutiva de las estrategias de beneficio egoísta, y en muchas ocasiones, de simple goce retorcido y éticamente ilícito.
La ética no se reduce a la moral espuria de la conveniencia digitígrada.
La familia mutilada, tribalizada y pervertida por el biopoder capitalista, ha devenido desde hace largos años en espacio que fomenta la rivalidad y los celos (M. Foucault, D. Cooper, R. D. Laing, A. Esterson), el aprovechamiento ciegamente pragmático de la llamada “educación-formación-cultura”, e incita al consumo voraz de los diversos objetos del mundo entendidos en clave mercantil, hedonista y escaladora.
Las diversas instituciones del sistema capitalista "senil", patológico, inhumano, constituyen, en mayor o menor grado y en sus protocolos internos de funcionamiento (como bien lo demostró en el pasado Siglo XX la psico-higiene y la psicología institucional de un José Bleger, por ejemplo), espacios proyectivos en los cuales los diversos sujetos-agentes efectúan procesos de producción y reparación simbólica de objetos y daños imaginarios, muchas veces vacíos de real significación macro-social y de genuino valor para acrecentar las intensidades vitales de los sujetos.
Allí, repetimos, en este campo institucional atroz, los sujetos actúan mecanismos de reparación fantasmática de lesiones psico-sociales y se proponen la adquisición de supuestas insignias ideales de poder en un territorio de violencia obtusa e improductiva y de obsolescencia programada, cuya única finalidad es garantizar la permanencia del Orden más injusto y antidemocrático productor de falsa alegría afirmativa, meros valores reactivos, tristeza y sufrimiento generalizados (J. Lacan, J. A. Miller).
No está demás recordar que dicho contexto institucional de ideología pseudo-familiarista extendida, de privilegios y grupismos-favoritismos, opera hoy como "territorialidad perversa y arcaica del artificio" (G. Deleuze) al servicio del gran capital financiero.
En dicho recinto “familiarista” estallado se exalta, con más fuerza que nunca, la grotesca y descarnada lucha por la vida en una “atmósfera difusa de odio renegado” y asignación caprichosa de roles, máscaras y papeles en función de los intereses del Poder más inicuo, mentiroso y genocida.
Los “bienes” que promueve la “familia-empresa” patológica tardo-moderna, coinciden con la más trivial bisutería del Mercado, la misma que garantiza a los agentes de la Bolsa Cultural, cuyo Padre Ideal es Don Negocio, la “mascarada del goce” y del estatus en su vacua mostración de falsa cura.
La ausencia de genuina solidaridad, promovida estructuralmente por el sistema y sus agentes del poder político-económico, se tapona con un cinismo polimorfo y sus descaros múltiples, con el disimulo minucioso y mezquino de los motivos egotistas, “humaniteros” y pseudo-filantrópicos de la acción, y con el fetichismo tecnológico pueril que coloca al gadget informático (junto al animal fetichizado y pseudo-protegido en sus derechos) en el lugar de “partner ideal” y gran Otro sin fisuras.
A esto se suma la vocación de gasto suntuario y de consumo conspicuo (T. B. Veblen) promovida por el aparato familiar para intentar la compensación artificial e inauténtica de las más profundas minusvalías y resentimientos psico-sociales del sujeto (A. Adler), mas no para contribuir a su liberación en un nuevo proyecto convivencial (I. Illich) que permita, a través de un contrato de equidad y justicia social, la satisfacción de sus diversas e históricas necesidades concretas.
La familia tradicional decadente —lo que de ella queda en el mundo occidental—, castiga a sus miembros cuando se apartan de esos mandatos super-yoicos del “¡goza!” fálico, del “principio de placer-principio de realidad”, verdaderos “imperativos hipotéticos”, cada vez más explícitos, de productividad como dominio, de eficiencia mercurial, de maximización de beneficios y reducción de los conflictos al “cero nirvánico” en nombre de la mayor de las violencias: la destrucción del sujeto simultáneamente único, múltiple, conflictivo-creativo, pensante, contradictorio y actuante.
La maquinaria familiar, estructuralmente hablando (sin dudas que hay excepciones a esta norma), es hoy por hoy un simple negocio o contrato fraudulento regido por las leyes del Mercado y la ignominia política oportunista.
Las auténticas y necesarias jerarquías que deben existir en las estructuras familiares e institucionales, determinadas por criterios válidos de madurez cognitivo-afectiva integral y por auténtica “experiencia creativa” de sus miembros, por un capital simbólico adquirido con real esfuerzo, metabolizado y diferenciado al ritmo de una genuina asimilación y cuyos contenidos y beneficios se desean transferir por vías pluralistas, democráticas, no sometidas a la mera violencia espectacular, pragmático-egotista o simplemente mercantil, ceden ahora su lugar al establecimiento de jerarquías espurias, no basadas en la equidad, en la igualdad de oportunidades, en la justicia o en la multiplicidad convivencial, sino sustentadas en el mismo poder económico fanfarrón e hipostasiado que oprime a lo múltiple en el seno de la dimensión macroscópica de cierto Contrato Social.
Esa inédita bisagra simbólica de una familia redefinida y reorientada en sus estrategias (É. Roudinesco, D. Haraway), operando como espacio simultáneamente conjuntivo y disyuntivo entre lo micro y lo macro político y social, debería promover la multiplicidad, el lazo trans-binario entre las partes y la dimensión creativa, democrática y multiforme de sus mecanismos de regulación, de sus instancias de “auto-eco-organización” (E. Morin).
Ello vendría a sustituir la lógica destructiva de la simple “apropiación” capitalista que aplasta y sumerge a la “otredad” en el agujero negro de la misma estructura familiar en crisis, o que sólo reconoce y “respeta” en ese “otro” su poder adquisitivo en el seno de las relaciones de producción-distribución-consumo, su capacidad funcional de control y eficacia en el contexto de los poderes establecidos, su mera obediencia o subordinación a los poderes fácticos más mercuriales y ligados a la más cruda conveniencia economicista.
La familia, como aparato ideológico del Estado Capitalista en crisis, se manifiesta como una simple y perversa micro-empresa de promoción de la competencia, del mero cálculo de conveniencia entendido como prosecución prostitutiva de las estrategias de beneficio egoísta, y en muchas ocasiones, de simple goce retorcido y éticamente ilícito.
La ética no se reduce a la moral espuria de la conveniencia digitígrada.
La familia mutilada, tribalizada y pervertida por el biopoder capitalista, ha devenido desde hace largos años en espacio que fomenta la rivalidad y los celos (M. Foucault, D. Cooper, R. D. Laing, A. Esterson), el aprovechamiento ciegamente pragmático de la llamada “educación-formación-cultura”, e incita al consumo voraz de los diversos objetos del mundo entendidos en clave mercantil, hedonista y escaladora.
Las diversas instituciones del sistema capitalista "senil", patológico, inhumano, constituyen, en mayor o menor grado y en sus protocolos internos de funcionamiento (como bien lo demostró en el pasado Siglo XX la psico-higiene y la psicología institucional de un José Bleger, por ejemplo), espacios proyectivos en los cuales los diversos sujetos-agentes efectúan procesos de producción y reparación simbólica de objetos y daños imaginarios, muchas veces vacíos de real significación macro-social y de genuino valor para acrecentar las intensidades vitales de los sujetos.
Allí, repetimos, en este campo institucional atroz, los sujetos actúan mecanismos de reparación fantasmática de lesiones psico-sociales y se proponen la adquisición de supuestas insignias ideales de poder en un territorio de violencia obtusa e improductiva y de obsolescencia programada, cuya única finalidad es garantizar la permanencia del Orden más injusto y antidemocrático productor de falsa alegría afirmativa, meros valores reactivos, tristeza y sufrimiento generalizados (J. Lacan, J. A. Miller).
No está demás recordar que dicho contexto institucional de ideología pseudo-familiarista extendida, de privilegios y grupismos-favoritismos, opera hoy como "territorialidad perversa y arcaica del artificio" (G. Deleuze) al servicio del gran capital financiero.
En dicho recinto “familiarista” estallado se exalta, con más fuerza que nunca, la grotesca y descarnada lucha por la vida en una “atmósfera difusa de odio renegado” y asignación caprichosa de roles, máscaras y papeles en función de los intereses del Poder más inicuo, mentiroso y genocida.
Los “bienes” que promueve la “familia-empresa” patológica tardo-moderna, coinciden con la más trivial bisutería del Mercado, la misma que garantiza a los agentes de la Bolsa Cultural, cuyo Padre Ideal es Don Negocio, la “mascarada del goce” y del estatus en su vacua mostración de falsa cura.
La ausencia de genuina solidaridad, promovida estructuralmente por el sistema y sus agentes del poder político-económico, se tapona con un cinismo polimorfo y sus descaros múltiples, con el disimulo minucioso y mezquino de los motivos egotistas, “humaniteros” y pseudo-filantrópicos de la acción, y con el fetichismo tecnológico pueril que coloca al gadget informático (junto al animal fetichizado y pseudo-protegido en sus derechos) en el lugar de “partner ideal” y gran Otro sin fisuras.
A esto se suma la vocación de gasto suntuario y de consumo conspicuo (T. B. Veblen) promovida por el aparato familiar para intentar la compensación artificial e inauténtica de las más profundas minusvalías y resentimientos psico-sociales del sujeto (A. Adler), mas no para contribuir a su liberación en un nuevo proyecto convivencial (I. Illich) que permita, a través de un contrato de equidad y justicia social, la satisfacción de sus diversas e históricas necesidades concretas.
La familia tradicional decadente —lo que de ella queda en el mundo occidental—, castiga a sus miembros cuando se apartan de esos mandatos super-yoicos del “¡goza!” fálico, del “principio de placer-principio de realidad”, verdaderos “imperativos hipotéticos”, cada vez más explícitos, de productividad como dominio, de eficiencia mercurial, de maximización de beneficios y reducción de los conflictos al “cero nirvánico” en nombre de la mayor de las violencias: la destrucción del sujeto simultáneamente único, múltiple, conflictivo-creativo, pensante, contradictorio y actuante.
La maquinaria familiar, estructuralmente hablando (sin dudas que hay excepciones a esta norma), es hoy por hoy un simple negocio o contrato fraudulento regido por las leyes del Mercado y la ignominia política oportunista.
Las auténticas y necesarias jerarquías que deben existir en las estructuras familiares e institucionales, determinadas por criterios válidos de madurez cognitivo-afectiva integral y por auténtica “experiencia creativa” de sus miembros, por un capital simbólico adquirido con real esfuerzo, metabolizado y diferenciado al ritmo de una genuina asimilación y cuyos contenidos y beneficios se desean transferir por vías pluralistas, democráticas, no sometidas a la mera violencia espectacular, pragmático-egotista o simplemente mercantil, ceden ahora su lugar al establecimiento de jerarquías espurias, no basadas en la equidad, en la igualdad de oportunidades, en la justicia o en la multiplicidad convivencial, sino sustentadas en el mismo poder económico fanfarrón e hipostasiado que oprime a lo múltiple en el seno de la dimensión macroscópica de cierto Contrato Social.
Este espacio capitalista perverso de interacción y "sujetación" se descubre subordinado en última instancia a las reglas del capital glocal militar-financiero, con vocación de convertirse en Amo absoluto de la realidad planetaria criminalmente homogeneizada en su pseudo-diferenciación espectacular.
Debemos resaltar el hecho de que lo apuntado anteriormente sobre la decadencia de una cierta manifestación histórica de la familia y de las estructuras sociales con las que ella guarda una relación compleja "endo-exo-causal", no constituye un simple problema moral sino una problemática de amplitud antropológica, de magnitud histórica, económico-política, jurídica, psicológica, que debe ser analizada y enfrentada sociedad por sociedad, sin que esto excluya las alianzas coyunturales transversales y/o transvernáculas entre las llamadas fuerzas emergentes de vocación pluralista y radicalmente transformadora que se manifiestan biopolíticamente en el seno de las poblaciones (G. Deleuze. M. Foucault, G. Agamben).
El problema señalado no se enfrenta con una simple apelación a las buenas costumbres. No es asunto de un retorno a la supuesta dignidad folclórica de nuestros abuelos. Implica una multiplicidad de luchas que podrían expandirse desde la práctica programática de la desobediencia civil hasta la toma del poder y control efectivo de ciertos estamentos sensibles del Estado y de la Sociedad Civil Popular, con miras a la transformación profunda de las estructuras simbólicas, tecno-científicas, socio-económicas y jurídico-políticas que co-determinan la crisis de las estructuras familiares del capitalismo y sus valores nihilistas reactivos…
Como hemos repetido en otros contextos de nuestras modestas reflexiones, se hace necesario un combate político que abarque un doble registro. Por un lado: la lucha popular, descentralizadora, de cara a la comunidad local y global, una lucha que intente construir una cierta neo-autonomía relativa desde abajo, sustentable, abierta a múltiples formas de propiedad y gestión de los capitales económico, social y simbólico, y, por el otro: una lucha por redefinir el papel del Estado, por pensar u orientar sus vínculos con el funcionamiento ya efectivo de nuevas configuraciones familiares y macro-sociales, en un proceso de profunda renovación de las políticas públicas y privadas, orientado por la búsqueda de inéditas relaciones de producción.
2003
© Armando Almánzar-Botello
Santo Domingo, República Dominicana.
Debemos resaltar el hecho de que lo apuntado anteriormente sobre la decadencia de una cierta manifestación histórica de la familia y de las estructuras sociales con las que ella guarda una relación compleja "endo-exo-causal", no constituye un simple problema moral sino una problemática de amplitud antropológica, de magnitud histórica, económico-política, jurídica, psicológica, que debe ser analizada y enfrentada sociedad por sociedad, sin que esto excluya las alianzas coyunturales transversales y/o transvernáculas entre las llamadas fuerzas emergentes de vocación pluralista y radicalmente transformadora que se manifiestan biopolíticamente en el seno de las poblaciones (G. Deleuze. M. Foucault, G. Agamben).
El problema señalado no se enfrenta con una simple apelación a las buenas costumbres. No es asunto de un retorno a la supuesta dignidad folclórica de nuestros abuelos. Implica una multiplicidad de luchas que podrían expandirse desde la práctica programática de la desobediencia civil hasta la toma del poder y control efectivo de ciertos estamentos sensibles del Estado y de la Sociedad Civil Popular, con miras a la transformación profunda de las estructuras simbólicas, tecno-científicas, socio-económicas y jurídico-políticas que co-determinan la crisis de las estructuras familiares del capitalismo y sus valores nihilistas reactivos…
Como hemos repetido en otros contextos de nuestras modestas reflexiones, se hace necesario un combate político que abarque un doble registro. Por un lado: la lucha popular, descentralizadora, de cara a la comunidad local y global, una lucha que intente construir una cierta neo-autonomía relativa desde abajo, sustentable, abierta a múltiples formas de propiedad y gestión de los capitales económico, social y simbólico, y, por el otro: una lucha por redefinir el papel del Estado, por pensar u orientar sus vínculos con el funcionamiento ya efectivo de nuevas configuraciones familiares y macro-sociales, en un proceso de profunda renovación de las políticas públicas y privadas, orientado por la búsqueda de inéditas relaciones de producción.
2003
© Armando Almánzar-Botello
Santo Domingo, República Dominicana.
No hay comentarios :
Publicar un comentario