Por Armando Almánzar-Botello
A propósito de la frase del gran pensador alemán, debemos recordar que todo rito —cristiano o no— si bien es periódico, no es continuo, es temporalmente medido, finito, circunscrito a una temporalidad regulada y a lugares específicos definidos por los correspondientes protocolos de lo sagrado.
Además, desde el punto de vista cristiano, a Dios también se le alaba, se le adora, con nuestro permanente servicio y socorro al prójimo en sus diversas necesidades y circunstancias.
Establecidas las premisas anteriores, debemos decir también que aquí no se discute la existencia o no existencia de Dios: tema banal, filosóficamente hablando: La creencia en Dios es un hecho de "admisión" situado más allá de lo demostrable, más allá del mero "asentimiento intelectual" (como nos recuerda el genial filósofo español Xavier Zubiri). Es un acto imponderable de fe en la persona del testigo, más que en la presunta "objetividad" del testimonio.
Nietzsche discutió y problematizó el tema de la modalidad abrahámico-judaica de “lo divino”, del poder “degenerativo” y decadente del sacerdote y la moral judeo-cristiana canónica, representada ésta, según el pensador alemán, más que por la figura misma de Jesús, por el “tshandala” Pablo de Tarso, paradigma del resentimiento y del espíritu de venganza contra la vida y lo verdaderamente “aristocrático” de la inmanencia, rasgos que definen al hombre inferior, según Nietzsche, y que son característicos del monoteísmo judío y de otras concepciones místicas vitalmente empobrecidas.
Niestzsche contrasta esa visión judía decadente, a la que considera mero nihilismo negativo, con una voluntad “aristocrática” de la afirmación vital dionística como recuperación ética y estética de ciertos valores del mundo greco-latino pagano.
Valga la digresión aparente.
Retomando el tema de la alabanza a Dios debemos resaltar que dicha prueba de amor a lo Alto, en un contexto ontológico-litúrgico cuyas aristas más sutiles pueden escapar y escapan habitualmente a la percepción consciente de la persona misma del creyente o piadoso, no es el simple reconocimiento servil de una "Entidad Trascendental", de un "Ego Divino", de “una Fuerza metafísica unívoca” o de una "Instancia Creadora Suprema", sino también un acto Fundacional Reiterado.
Por medio de la alabanza (repito: no permanente sino ritualizada, medida, calendarizada), el “Pensamiento Mitopoiético Originario”, fundador de lo Sagrado posteriormente canónico, restablece la trascendencia “objetiva” de "lo divino", la garantiza, la reasegura; reinstala una cierta “versión de lo divino” como poder trascendente en el seno tranquilizador del rito.
Son, además, rituales cuasi-apotropaicos (de apaciguamiento) de la dimensión terrible y enigmática que eventualmente pueden revestir algunas divinidades, no exclusivamente el “Dios único” (Señor Dios de los Ejércitos) característico del contexto monoteísta judaico, islámico o cristiano, es decir: abrahámico.
La función de apaciguamiento puede recibir y manifestar un “plus” de intensidad represiva en el contexto dogmático y fundamentalista de ciertos monoteísmos que mediante el recurso de la adoración fuertemente ritualizada se protegen del “retorno de lo reprimido” que amenazaría como vuelta al politeísmo, a la multiplicidad de otras epifanías o concreciones de lo sagrado-divino.
Por esa razón, psicólogos, psicoanalistas, sociólogos y antropólogos de lo sagrado, establecen una correlación probable, válida para ambientes profundamente dogmáticos, entre ritos hipertrofiados de “adoración” (latría) y “veneración” (dulía), por un lado, y, por el otro, mecanismos de defensa obsesivo-compulsivos para la conjuración de un super-yo represivo, acompañados, eventualmente, de "pasos al acto" de naturaleza asesina y/o autodestructiva, de acuerdo con cierta nosografía psiquiátrico-dinámica.
A esa dimensión del monoteísmo caricaturizado, apunta Nietzsche con su famosa frase de mero valor retórico-polémico más que de rigor onto-filosófico.
El mismo Nietzsche, en sus descripciones de la “inspiración poética” y del “Eterno Retorno”, participa del juego “sacralización-desacralización”, aunque lo hace, desde un punto de apreciación-valoración pluralista, irónico-lúdico, no monoteísta ni dogmático, en apariencia.
Nietzsche sustituye la liturgia ascensional y catártica propia de la onto-teología, por aquellos valores que nos recuerda Gilles Deleuze:
© Armando Almánzar-Botello
Santo Domingo, República Dominicana.
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