Por Armando Almánzar-Botello
A pesar de que las ranas dicen: “creo que no creo en lo que creo que creo”, y yo, particularmente, creo en el gran Oliverio Girondo, quien decía, también, no poder amar a una mujer que no supiera volar, pienso que ahora, en la tardo-modernidad crematística, impía, toda levitación “espontánea” es algo simplemente banal.
Aunque se disfrace de victoria legítima, de triunfo sobre la mancha del origen, de inocente luminosidad ascensional reflejada en la pulida pureza diamantina de los espejos, en el fingido esfuerzo cotidiano de la perfidia con buena tasa de retorno garantizada, creo que no creo en la levitación.
¡Hay tantos querubines falsos que emprenden, presumidos, el vuelo vertical hacia lo Alto! Algunos utilizan con astucia los ‘prestigios’ abyectos de la mancha…
Yo no concedo valor alguno a la levitación programada: creo más bien en el principio antrópico y en la meso-estructura del terrestre y patente viejo mundo; en el ministerio inveterado de la ‘función oblicua’, cuando me agita el esfuerzo de subir las escaleras; en la hierática opacidad de las duras estatuas dialogantes; en la gloriosa, ineludible ‘masa ponderal’ de los cuerpos desnudos, entrelazados, abiertos, vibrando su recóndita delicia, su río nervioso de centellas convulsas.
Creo, fervientemente, en la pesantez tentacular de la carne jubilosa, regida por la increíble Ley de la Gravedad.
Amo, sí, la enigmática materia desagregada por las novísimas ecuaciones de la microfísica en los laboratorios abismales de la tecnociencia, pero amo todavía más la materia cotidiana, la palpable como labios que se ofrecen, día tras día, en la escala secreta de los hombres más sencillos.
Amo, sí, la enigmática materia desagregada por las novísimas ecuaciones de la microfísica en los laboratorios abismales de la tecnociencia, pero amo todavía más la materia cotidiana, la palpable como labios que se ofrecen, día tras día, en la escala secreta de los hombres más sencillos.
Y soy un cuerpo, y dejo mi huella gimiendo y cantando sobre el mundo, ¡a pesar de la lluvia cuántica de hadrones que me agobia!… ¡a pesar de los rostros imprevistos y fugaces del vacío!…
© Armando Almánzar-Botello.
Santo Domingo, República Dominicana.
© Armando Almánzar-Botello.
Santo Domingo, República Dominicana.
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