domingo, 30 de agosto de 2009

Poema a una mujer

La Jungla. Wifredo Lam



Él quiere oler tu nombre hasta salirse de las filas. Desgarrarte y que tu hambre sin medida lo desgarre, lentamente. Pene-trarte y que tu sombra rabiosa lo penetre, de modo inverosímil, pero cierto. Ofrecerte su alma de Zar enardecida y su botella de salvación supra-sideral y mística; la que encierra en su misterio a un barco velero y su potente infinitud de Universo...

Él anhela besar con devoción tu rosa negra, y lamerte el pistilo con su estilo y con su estigma-, y que seas tú para él su benjamín, su caracol, su espiral, su coliflor, su muchachito…

De tus recónditos humores quiere la tierna promesa de lo eterno...

Mordisquear dulcemente la aureola de tu ser aspira; melodía inoída hollar en tu sueño erguido que lo arrebata quiere, y olvidar las líneas de su rostro en tu reposado fluir de flor que se despierta.

¡Cómo bañar este insomnio amargo en el rocío lúcido de tus entrepétalos! ¡Cómo evitar el naufragio sordo, el aullido y la caída ciega en el terror perfumado de una carne que piensa!

En cubos transparentes de cristal, copula el innombrable con tu oscuridad entreabierta.

Él desea beber tu convulso silencio, y cogerte como su perra celeste y coronarte, desnudándote la herida con el beso más impuro en el desértico grito de tu adentro, de tu alta y todavía indescifrada frente…

jueves, 13 de agosto de 2009

Armando Almánzar Botello: celebración de la escritura

                    
  
                                       José Mármol              


Por José Mármol



La lectura es, se ha dicho de tantas formas, un acto de creación. Leer un texto literario implica, ineludiblemente, el tremendo desafío de reinventarlo en la madeja del ansioso, ya no tanto lúdico proceso de continua construcción de uno mismo, de esa abstracción difusa que llamamos subjetividad. El lector se aproxima al texto desconocido con sus atavíos y su mochila de sentidos. El encuentro podría ser placentero o aburrido, excitante o pasmódico; resultar un antídoto o un tóxico, una fiesta del intelecto u una oscura noche del alma, un estímulo o una parálisis, un deleite o una gastritis estética y cognitiva . No importa. Lo que interesa a la cultura, más bien, es el hecho de que se produzca el instante, si se quiere mágico, a pesar del marketing, de un texto que procura un lector, de una presa que persigue un cazador, de un alter ego que aspira a un hipotético crreador, para invertir así el binomio de Stravinski.
Al disponerse uno a leer una obra hay que estar más o menos consciente de que podría terminar mudándose, desterritorializándose, migrando, dice Paul Ricoeur, de un mundo propio a uno extraño, último que deriva de la plasmación de un vestigio de vocablos sobre una superficie en blanco, pero que, extrañamente, termina resultando también propio, y a veces íntimo.
Cuando llegó a mis manos, amigablemente entregado por las suyas, Cazador de agua y otros textos mutantes, una antología poética de Armando Almánzar Botello que recoge textos de entre los años 1977 y 2002, bellamente editada en la colección literaria El Barco Ebrio, perteneciente a la Editora Nacional, que hoy dirige, con notables frutos, el poeta Alexis Gómez Rosa, el primer pensamiento, casi temor que me asaltó fue el de cómo había de ataviarme, de pertrecharme yo para emprender el extraordinario viaje que implicaría adentrarme en las páginas de un libro que yo estimulé, sin inmediato logro, pero que esperé, pacientemente durante más de dos décadas. ¿Acaso habría de adentrarme en el libro desnudo y sin ningún precepto o poscepto?
Una revisión, incluso capciosa, si alguna mente perversa quisiera así efectuarla, de las fechas con que el autor calza la mayoría de los textos aquí antologados no me dejaría desamparado. Porque, con respecto al autor de esta obra, es bueno decirlo desde ahora, nos encontramos ante, no sólo un extraordinario y agudo lector, sino además, ante un escritor de depuradísimo oficio, un dilatado artista y pensador de la palabra, de fisiológico-estilística raigambre flaubertiana, cuya aparente renuencia neurótica a la escritura, según propia confesión, no es otra cosa que humilde y sabia postura, por un lado, y por el otro, consciente proceso de acrisolamiento y fraguado del pensamiento y la palabra. Este hecho coloca a nuestro autor al margen de los aspavientos y el narcisismo publicitarios que tipifican hoy tantos engendros y esperpentos editoriales, que exhiben, a simple vista, y con un alarmante dejo de ignorancia disfrazada de sagacidad, que partieron de la equívoca premisa de haber sido publicados sin antes ser escritos.
La de Armando Almánzar Botello es una escritura que manifiesta, con creces, la ostensibilidad de la creación textual sin límites lógicos ni estéticos, que trasciende los paradigmas del saber y del sentir, a veces a lomos de una impulsiva gramática del habla y otras veces sobre la envergadura de una elaborada gramática del texto inventivo. De hecho, su prosa poética y su verso prosado, que es granítica compacidad expresiva del buen dominio del idioma, resultan una síntesis superadora de los abismos entre la ciencia y el arte, aventura con la cual nuestro autor concretiza el sueño pensado por Paul Feyerabend y por Gaston Bachelard, entre otros.
Esta antología revela la escritura como si se tratase de correr el velo de malla schopenhaueriano. La escritura como espejística pantalla del delirio de Derrida, donde el instinto de concreción o vida de la palabra se hace instinto de deconstrucción, tachadura, disolución o muerte del lenguaje mismo. La escritura como una imborrable herida lacaniana. La escritura asumida como la filosofía en Nietzsche, es decir, como un designio de sangre y fuego. La escritura como un rizomático asombro deleuziano. La escritura como autoexpropiación, como desgaste y despojo carnales del ser en la palabra, según el deseo de Bataille. La escritura que no abusa de la palabra, sino que la eleva hasta convertirla en superficie del silencio.
Es al abate Dinouart, a quien remite este último aserto, porque en su praxis escritural Almánzar Botello está muy próximo a seguir, mediante un justo equilibrio entre una semiótica del signo y una semiótica del silencio, es decir, entre el verbo y el espacio en blanco rastreable en cada página, aquella máxima que el abate Dinouart hace estandarte de su obrita de 1771, El arte de callar, principalmente en materia de religión (1776), que reza: “Sólo se debe dejar de callar cuando se tiene algo que decir más valioso que el silencio”.
La publicación de esta antología constituye una suerte de iniciación, por parte de su autor, por cuanto, a excepción de esporádicas publicaciones en revistas y la presentación de enjundiosas y siempre esclarecedoras ponencias en simposios y seminarios sobre arte y literatura, se hizo esperar por largos años este su primer volumen, que lleva la adjetivación de lo poético, pero que, a mi ver, se encuentra en él la profundidad y certeza de un ensayista de fuste, capaz de articular la relación entre imagen poética, concepto filosófico y teoría de la escritura o metaescritura en un tejido textual de singular originalidad y acierto.
En el poema-ensayo titulado “Escribir/publicar”, el poeta pensador, luego de declarar su sueño o deseo de una prosa poética y clara de ritmo tan ligero y sutil como el de finos pecesillos moviéndose en el rubor del agua más diáfana, pero capaz también de respirar poderosamente buceando en las zonas abisales del ser, habla acerca del hurto que de su inscripción en la escritura creativa hace el propio escritor, lo cual se traduce en negativa a publicar lo ya escrito (ps.117-118). Esta disyuntiva sólo puede ser rebasada, salvada por una actitud que enfrenta el ser a su existencia por medio de la escritura misma.
Se trata, pues, de la ética del escritor, la cual exige una correspondencia oblicua entre lo que dice y lo que vive, entre la vida y la obra. Esta ética tiene por eje el compromiso, más allá del bien y del mal, del escritor, del pensador poeta con el lenguaje y con la obra que a partir de la naturaleza simbólica de este se erige en testimonio y en superación verbal de la realidad circundante y de su interpretación convencional.
En el poema titulado “Río suelto” aparece un epígrafe no gratuito. Rescata palabras de Harold Bloom que dicen: “Todo poema es una angustia lograda”. Es el propio Bloom quien acuña una expresión feliz sobre la relación entre un autor y sus lecturas predilectas, por supuesto, rastreables de alguna forma en el ejercicio de la escritura. Esa expresión o concepto es el de la angustia de las influencias. Intentar aproximarse a las probables influencias en la obra de Armando Almánzar Botello es una empresa harto compleja. Sólo me atrevería a esbozar algunos nombres con los que el recurso de la intertextualidad ha permitido un juego de notables hallazgos rítmicos, metafóricos y estilísticos. A saber, Beckett, Lacan, Derrida, Paz, Deleuze, Sade, Nietzsche, Rorty, Barthes, Lao Tse, Basho, Cacciari, Meschonnic, Diderot, Foucault, Dalí, Van Gohg, Blanchot, Lyotard, entre otros tantos que no podría enumerar. No obstante, se puede decir sin remilgos de Almánzar Botello lo que una vez se dijo de Rubén Darío, destacando en el nicaragüense la enorme cantidad de poetas que lo habían influenciado, y acotando, sin embargo, que era todos ellos y ninguno a la vez.
Podría sugerir otras tantas claves para la lectura de este significativo libro. Sin embargo, no es este el momento para hacerlo, y prefiero, por ahora, retar al lector a que las encuentre. Quisiera terminar afirmando que la lectura de Cazador de agua y otros textos mutantes, de mi admirado amigo Armando Almánzar Botello, es para mí una revelación, un síntoma de cuánto podría este libro cambiar, tornar interesante y fértil, quiero decir, el panorama poético, no sólo de la República Dominicana, sino en Hispanoamérica. Invito, pues, a su disfrute, a su lectura, a que haga el lector ese viaje del que habla su texto “La máquina mutante”, en el cual, durante la travesía va uno descubriéndose en su otro, renaciendo y reinventándose.
Do livro Las pestes del lenguaje y otros ensayos. Editorial Letra Gráfica. Santo Domingo. República Dominicana. 2004. Original gentilmente cedido pelo Autor para a Banda Hispânica.
También puedes ver este artículo en su página original, por medio de este link: www.revista.agulha.nom.br/bh20botello.htm

miércoles, 12 de agosto de 2009

AMOR VIR(TU)AL

"Cadáver queda, no se torna carroña, 
el cuerpo que habitaba la palabra, que el lenguaje cadaveriza". Jacques Lacan


                 Excursion into Philosophy. Edward Hopper1959




Por Armando Almánzar Botello



En unas horas me encontraré en estado de "suspensión animada". Ellos, los ávidos banqueros y tecnócratas cibernéticos, me desconectarán por tiempo indefinido de la Gran Red del Simulacro: Internet, Telecable, Redes Sociales Virtuales, Teléfono, Realidad Virtual inmersiva...

Deberás, mujer, estar atenta entonces,                   a eventuales y breves llamadas que pueda hacerte todavía por mi provisorio teléfono móvil, ilícito... Será una especie de comunicación telepática de ultratumba la que sostendremos, esporádicamente, a través de la máquina celular y de la esfera cuántica... ¡Momentáneos reductos finales de nuestra comunicación tangible!

Luego, abolida también esa última vía de contacto, sólo tú serás testigo de mi soledad y de mi encierro en la cámara de suspensión de lo Real...

¡Quién sabe qué remotos mundos perdidos vislumbre cuando explore taciturno el desierto de mis órganos!

Tal vez redescubra el diálogo con las piedras, las reflexiones compartidas con el agua, las extrañezas del bismuto, del hierro y del antimonio, la mágica sensibilidad casi humana de los cristales, los sutiles anhelos del oxígeno y de las flores...

Quizá me aproxime a la recóndita verdad de nuestro amor... A las ensoñaciones y gemidos infrasónicos del mundo...

¿Los efluvios repulsivos de la energía oscura, imponderable, darán entonces testimonio de nuestro invencible misterio?

La vocación de lo imposible ahogará mi ser en la memoria sangrienta del rojo mercurio. Me deslizaré lentamente al reverso de la imagen, donde brillaba la soberanía de tus nalgas turgentes, -anhelos del neón a través de la ventana-, violenta y tenebrosa verdad de mi escritura...

Descenderé al recuerdo y al resplandor de aquel astro: el innominable oscuro que palpita entre tus muslos...

Retornaré sin tiempo a mi estatuto de cadáver, a la opacidad de lo inmóvil, a la neutralidad de la Cosa, al cuerpo desnudo y latente no virtualizado. Volveré a las galerías primordiales de la carne, donde las copias no logran erigir sus fantasmas: el secreto vacío como un ángel de plástico, la pasión ahogada en tinta transitoria, los semblantes de luces y sombras mentirosas...

¿Qué secretas puertas se abrirán para mí cuando caiga en mi ciego Ser desconectado?

¿El cuerpo biológico es una tumba madre desde donde se inicia la aventura cósmica?

¿Otra luz increíble, pre-tecnológico miedo, hará de nuevo palpable un dulce terror olvidado: los besos, las caricias, los olores oscuros del puerto, la luz de tu ventana, el sueño como el agua mojando tus cabellos, lejanas y perdidas geografías de lo incierto?...

¿Descubriré lo terrible en la dura realidad que retorna, implícito el Cielo perdido en mi suspensión animada?

Regresaré a mi soledad originaria, donde lo digital-protésico será tan sólo un pálido recuerdo... Carne sorda de cyborg averiado...

Evocaré, mujer, tus correos electrónicos, tus mensajes en facebook, las fotos en tu muro... hasta que las Transnacionales de la Comunicación me digan de nuevo: ¡¡Lázaro, duérmete y tómala!!

Entre tanto, como una momia absorta yaceré en mi carne, respiraré desnudo en nuestro lecho yerto; lúcido, atrozmente despierto, frío y ausente de mí... a tu lado...



 © Armando Almánzar Botello
     Santo Domingo, República Dominicana.