Por Armando Almánzar Botello
A la memoria de John Donne
Querida, no seremos ahora un poco pesimistas. Mas la vida que nos muerde -juego terrible del espejo proteiforme, fragmentado simulacro de semblantes- aquí en la página hablándote lo exige por exceso misterioso de un goce irrefrenable...
El espíritu, como un soplo seductor sobrevive a la decadencia de los cuerpos, y en la equívoca prosodia, encarnado, se hace belleza inmortal que por sólo pudor no debe decir nunca: "Yo soy la belleza indestructible, imperturbable, que se desnuda cegadora de luminosidad cortante"...
Sin embargo, yo, no siendo más por siempre el que sería, cuando hablo y monologo por tus bordes -humildemente roto, solo y frío, en olvido de la herida ineludible, inaudita que recuerdo-, palpito, sangro, caigo, y estoy casi por ti derramado todo aquí en el pecho.
Tal vez digo, decir quiero, en tiniebla oracular y cine, que te persigo, te acaricio extrañamente con mis soplos, deseoso de leerte la mentira por la espalda, texto místico tan sólo descifrable allá en tu sueño, letra diminuta del retorno, palpable chorro de tu carne alada y ciega.
Veraz llega el amor cuando se ofende imaginario, y se enciende, ruboriza la mirada destrozando una vez más lo inaferrable del espejo. Y entonces, lúcido en la furia su escritura nos derrumba, nos calcina... su volcánica memoria no perdona...
Veraz llega el amor cuando se ofende imaginario, y se enciende, ruboriza la mirada destrozando una vez más lo inaferrable del espejo. Y entonces, lúcido en la furia su escritura nos derrumba, nos calcina... su volcánica memoria no perdona...
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