miércoles, 15 de junio de 2011

Planking. Teatro catatónico

Pseudo-ruptura del vínculo social.

«Una vida (une vie: Gilles Deleuze)... no es "La vida" en su condición de mera instancia metafísica totalizante. La primera comporta una síntesis disyuntiva de singularidades en vértigo, en constante deslizamiento entre trascendencia e inmanencia; la segunda pretende ser una síntesis conjuntiva que se atribuye a un sujeto trascendental.» Armando Almánzar-Botello.


Por Armando Almánzar Botello.


Decía el gran pensador holandés Johan Huizinga, autor del famoso libro Homo ludens tan elogiado por Ortega y Gasset—, que el juego es más antiguo que la cultura, y que, en lugar de ser un efecto secundario de ella más bien la produce o la genera. 

Huizinga partía, para la articulación de este juicio, de la observación de la actividad de juego ya existente en el animal no-humano.

Tanto en los animales que juegan como en los humanos, el juego, con sus diferentes registros de complejidad, va más allá de lo simplemente biológico y/o físico. Se propone escapar del ámbito utilitario característico de las lógicas del interés y la conservación.

En este registro específico de su pensamiento, Huizinga considera que el juego pretende “conferir un sentido” a las actividades vitales de los seres vivos, en particular a las del hombre. Y digo, de un modo en apariencia redundante, "actividades vitales de los seres vivos", porque en el pensamiento post-fenomenológico de la "inmanencia absoluta", une vie (una vida: Gilles Deleuze), opera como una instancia de indeterminación virtual que transgrede las oposiciones adentro/afuera, humano/animal, animal/vegetal, orgánico/inorgánico. En este sentido —que excede evidentemente a lo dicho de modo explícito por Huizinga—, hay juego y una cierta vitalidad, tanto en el reino vegetal como en el mineral...

Consideraba el pensador holandés que el juego, concebido desde el punto de vista “utilitario” o pragmático, puede implicar o perseguir una descarga de tensiones, una necesidad de imitación
presente tanto en los animales como en los humanos, un deseo de rivalidad o competencia, etc.

No obstante, Huizinga pensaba que más allá del interés funcional, regulador u homeostático que puede revestir el juego, existe en éste una gratuidad constitutiva, un “interés en el desinterés” (la idea también es de Alain Badiou), que alcanza en la actividad lúdico-simbólica de los humanos su grado mayor de concreción.

Huizinga piensa entonces que el juego, esencialmente, escapa a la razón instrumental y a la lógica de los fines: es una actividad que se realiza porque sí. Como dice la canción de Serrat: “Sólo vale la pena vivir para vivir”.

Ello no implica negación absoluta del mundo del trabajo que nos humaniza, sino un abrirnos al intento de recuperar la dimensión transfigurada de la “animalidad lúdica y sagrada” que desborda la concepción instrumental de la existencia implicada en la idea de vivir sólo para trabajar. Por el contrario, debemos trabajar para vivir, y generar, asistidos por el supremo ludismo del arte, imprevistas y más complejas formas de belleza, de verdad y de justicia. ¡Juego supremo del hombre: la creación de valores nuevos!


Estas últimas categorías, aunque podamos conferirles un significado religioso trascendental, místico o cristiano si se quiere, permanecen como manifestaciones de un campo de inmanencia en el que lo "(no)humano" y/o lo "(in)humano", se manifiestan como creatividad permanente e invención perpetua de formas y sentidos.

En este contexto de ideas, ¿qué significado antropológico y psicoanalítico revestiría el fenómeno postmoderno conocido como “planking” (tenderse boca abajo en total o extravagante abandono, en lugares públicos y/o laborales, y fotografiarse con voluntad exhibicionista) en su condición de moda contagiosa presente en las grandes metrópolis del mundo post-industrial?


Pensamos que este fenómeno del planking manifiesta un carácter sintomático, programado por el mismo sistema y similar al de la práctica denominada en el Japón postmoderno “hikikomori”, a ser entendida ésta como aislamiento y rechazo por ciertos sujetos (principalmente adolescentes) de las interacciones sociales físicas y corporales, para sumergirse exclusivamente en los mundos digitales de las redes sociales, los videojuegos, el cuerpo virtualizado y protésico, los teléfonos móviles y la Internet en sentido general.

Participa el planking, aunque sea mínimamente, del espíritu creativo del juego a que alude Huizinga, pero expresa, simultáneamente, una cierta condición propia de la “fase nihilista pasiva” característica de las sociedades avanzadas, donde el imperialismo de la razón cognitivo-instrumental y calculadora que niega y reprime las racionalidades ético-práctica y estética, ha conducido a un retorno sintomático y hedonista de lo reprimido.

El planking es entonces una expresión de ruptura sintomática del vínculo social, una suerte de expresión “pseudo-estético-espectacular” que corresponde a la crisis de las sociedades de solidaridad orgánica. Una modalidad banal de body art sin auténtica búsqueda de nuevos códigos semióticos de expresividad estético-corporal. Espontaneísmo a-crítico y no resistente. Intento fallido de hacer valer al cuerpo después que éste ha sido devaluado y obligado a redefinirse desde el campo de la virtualidad.

Como he afirmado en otros contextos, estos fenómenos para-psicóticos de ruptura de los vínculos sociales, corresponderían a “un cierto vaciamiento catastrófico” de las significaciones sociales, simbólicas, que dieron sentido a las sociedades de solidaridad orgánica. Con la diferencia de que en la práctica del planking, la ruptura se encuentra recuperada por un efecto de “pantalla total” al servicio de aquello que se cree combatir o burlar (Jean Baudrillard).

En un mundo de actividad laboral febril e “interaccionismo y heterodireccionalidad” hipertrofiados como efecto de la incidencia de la Red sobre la subjetividad de los usuarios y el exceso de estímulos informativos (muchos de ellos banales), el síntoma del planking expresa un vacío existencial y un intento fallido de protesta, que no obstante debe ser “escuchado” e interpretado psicoanalíticamente como expresión de lo que Freud llamaba un “malestar en la cultura”.

Esta modalidad de malestar es contundentemente visible, hasta ahora, en las sociedades del Primer Mundo, pero podría generalizarse, dada la naturaleza global y espectacular del sistema mediático del capitalismo postmoderno.

En su condición de “síntoma padecido”, el planking podría encontrar su vertiente transgresora de “sinthome” estético (síntoma transfigurado o sublimado por una intervención analítica o micropolítica: Lacan, Miller, Žižek...), si somete su espontaneísmo a un proceso de vigilancia crítica.

Mi tesis es que el “planking” ("tablaje" o “planchado”), entendido como "revuelta" sintomática y "contracultural", vendría a contestar a los excesos del “planning” (planificación), actividad de programación y control que el inconsciente social de muchos sujetos codifica como algo que no resuelve ningún problema esencial en el mundo postmoderno, porque de hecho no está al servicio real de los seres humanos y sus necesidades, sino a las órdenes de un sistema ciego de producción-mercancía-consumo; a favor de los intereses del Mercado y del gran Capital. 

Planking: síntoma catatónico en el contexto de una Sociedad Espectacular Integrada (Guy Debord).

El “planking”, como actividad opuesta y complementaria al “planning”, podría expresar el dilema en el que se ven atrapadas las sociedades postindustriales. Por un lado, culto fetichista a la mercancía y a la actividad productiva febril, y por el otro, protesta
 hedonista fallida que bordea lo sintomático, y expresa un nihilismo pasivo inconformista mayormente visible en los sujetos más jóvenes de esas sociedades, que no alcanza a definir ni articular nuevas modalidades de efectiva y transformadora intervención socio-política, ante la crisis histórica de los valores culturales del humanismo occidental y las agotadas fórmulas de una espuria democracia representativa. 

Unos jóvenes protestan en las plazas públicas manifestando su inconformidad política al no sentirse representados por las actuales e injustas modalidades de intervención y manejo de la Cosa Pública por parte de los aparatos de poder de los Estados, mientras otros practican el “planking”, bajo su estatuto de modalidad inocua de disidencia recuperable 
y de hecho ya recuperada, por los circuitos del mercado de la banalidad y sus leyes inclementes.

El planking es una suerte de pseudo-faquirismo ideológico espectacular quizá programado por el mismo sistema mediático, por medio del cual se expresa una profunda necesidad o compulsión ciertamente creada en los sujetos por dicho sistema de control, de gozar exponiéndose, ofreciéndose a la mirada del Otro de una forma sado-masoquista y exhibicionista-voyeurista.

El planking manifiesta una suerte de rebelión simbólica fallida, simulacralizada, que utilizando el recurso semiótico de una laxa codificación postural, proxémica y cinética (en la que se mezclan los juegos del tipo "mimicry: enmascaramiento" e "ilinx: vértigo", de acuerdo a la clasificación de Roger Caillois en su libro Los juegos y los hombres), pretende negar el frenesí de la actividad productiva para evocar, en clave masoquista, la esclavitud y/o pasividad del sujeto depresivo y bulímico-anoréxico en el contexto de la sociedad postmoderna de control y consumo.  

Planking: estado catatónico del sujeto efectivamente impotente 
que responde, "haciéndose el muerto", al cuerpo lleno del capital cibernético-financiero, espectacular y avasallante. 


© Armando Almánzar-Botello.
Santo Domingo, República Dominicana.

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