Antonin Artaud
Por Armando Almánzar Botello
Decimos ‘curiosamente’, porque Artaud, como ya ha sido apuntado en reiteradas ocasiones por muchos intelectuales y críticos, no es un pensador-artista reconocido como ‘filósofo’ en los ámbitos académicos oficiales y rigurosos de la filosofía como disciplina.
Hasta un simple y erudito hombre de letras que reflexiona sobre la genialidad de otros como lo es el profesor norteamericano Harold Bloom, autor de El canon occidental, habla en algún lugar de su obra de ‘Artaud, el loco’. Esperaríamos que lo hiciera en la misma forma en que Platón llamó ‘El Perro’ al filósofo Diógenes de Sínope…
Pues bien, en varias de sus obras, tanto Derrida como Deleuze aluden, para legitimar una concepción ‘no representativa’ de la palabra y del sonido vocal entendido como ‘voz a-significante’, como "scat semiótico-musical originario", a la particular concepción artaudiana de la voz y la ‘palabra’.
Dicha concepción artaudiana de la ‘palabra’ intenta liberar a ésta de su papel meramente representativo, idealizante y lingüístico-verbalista, para resaltar en ella los aspectos entonacionales, melódicos, rítmicos, pre-verbales, intensivos, ‘gestuales’, pulsionales, corporales, puramente glosopoiéticos, como los denomina Derrida en uno de los ensayos de La escritura y la diferencia dedicado precisamente a Antonin Artaud y su teatro de la crueldad.
Lo que ahora nos atrevemos a denominar una concepción derrideana glosopoiética de la foné, rastreable en todo el pensamiento de Derrida y muy tempranamente inspirada por Artaud y Mallarmé, entiende a esa voz/foné como una dimensión radicalmente distinta a la simple idealidad del sonido pensado y/o del pensamiento sonido, del mero ‘ser-oído del sonido’, es decir, como algo diferente a la simple idea saussuriana de una ‘imagen acústica’ que no ‘cae al mundo’ en tanto que remite más bien a la pura idealidad de un sonido más en efecto ‘pensado’ que ‘físicamente escuchado’.
La dimensión glosopoiética de la Voz, tal como aparece de modo explícito en Jacques Derrida inspirado en Antonin Artaud, recupera el peligro de la carne, la 'crueldad corporal’ de la foné, su carácter de sonoridad física absoluta no meramente inspirada o soplada desde lo alto; sonoridad vocal polifónica y polimórfica, entonacional, a-significante, intensiva, cantada, posterior al simple grito (aunque lo delimite contra-efectuándolo) y anterior a lo verbal.
El mismo Derrida lo dice con todas las letras en el mencionado ensayo sobre Artaud que aparece en su obra La escritura y la diferencia:
Curiosamente, es bajo la invocación a la figura de un dramaturgo y poeta: Antonin Artaud, que dos filósofos contemporáneos de la envergadura de Jacques Derrida y Gilles Deleuze, realizan una suerte de crítica problematizante a la particular concepción metafísica de la ‘foné’ o voz que opera en el pensamiento lingüístico de Ferdinand de Saussure y en la concepción fenomenológica de Edmund Husserl.
Decimos ‘curiosamente’, porque Artaud, como ya ha sido apuntado en reiteradas ocasiones por muchos intelectuales y críticos, no es un pensador-artista reconocido como ‘filósofo’ en los ámbitos académicos oficiales y rigurosos de la filosofía como disciplina.
Hasta un simple y erudito hombre de letras que reflexiona sobre la genialidad de otros como lo es el profesor norteamericano Harold Bloom, autor de El canon occidental, habla en algún lugar de su obra de ‘Artaud, el loco’. Esperaríamos que lo hiciera en la misma forma en que Platón llamó ‘El Perro’ al filósofo Diógenes de Sínope…
Pues bien, en varias de sus obras, tanto Derrida como Deleuze aluden, para legitimar una concepción ‘no representativa’ de la palabra y del sonido vocal entendido como ‘voz a-significante’, como "scat semiótico-musical originario", a la particular concepción artaudiana de la voz y la ‘palabra’.
Dicha concepción artaudiana de la ‘palabra’ intenta liberar a ésta de su papel meramente representativo, idealizante y lingüístico-verbalista, para resaltar en ella los aspectos entonacionales, melódicos, rítmicos, pre-verbales, intensivos, ‘gestuales’, pulsionales, corporales, puramente glosopoiéticos, como los denomina Derrida en uno de los ensayos de La escritura y la diferencia dedicado precisamente a Antonin Artaud y su teatro de la crueldad.
Lo que ahora nos atrevemos a denominar una concepción derrideana glosopoiética de la foné, rastreable en todo el pensamiento de Derrida y muy tempranamente inspirada por Artaud y Mallarmé, entiende a esa voz/foné como una dimensión radicalmente distinta a la simple idealidad del sonido pensado y/o del pensamiento sonido, del mero ‘ser-oído del sonido’, es decir, como algo diferente a la simple idea saussuriana de una ‘imagen acústica’ que no ‘cae al mundo’ en tanto que remite más bien a la pura idealidad de un sonido más en efecto ‘pensado’ que ‘físicamente escuchado’.
La dimensión glosopoiética de la Voz, tal como aparece de modo explícito en Jacques Derrida inspirado en Antonin Artaud, recupera el peligro de la carne, la 'crueldad corporal’ de la foné, su carácter de sonoridad física absoluta no meramente inspirada o soplada desde lo alto; sonoridad vocal polifónica y polimórfica, entonacional, a-significante, intensiva, cantada, posterior al simple grito (aunque lo delimite contra-efectuándolo) y anterior a lo verbal.
El mismo Derrida lo dice con todas las letras en el mencionado ensayo sobre Artaud que aparece en su obra La escritura y la diferencia:
“La glosopoiesis [como dimensión amplificada de lo sonoro en la voz] no es ni un lenguaje imitativo ni una creación de nombres, nos acompaña al borde del momento en que la palabra no ha nacido todavía, cuando la articulación ya no es el grito, pero tampoco es todavía el discurso.” Derrida, Jacques. El teatro de la crueldad y la clausura de la representación. Dos ensayos [de Derrida]. Eitorial Anagrama, Barcelona, 1972. Página 52 (Cuadernos ANAGRAMA. Serie: Filosofía. Dirigida por EUGENIO TRÍAS.)
Hemos citado en el párrafo anterior un fragmento de la traducción del ensayo de Derrida tal como aparece publicado en 1972 en español (el ensayo original en francés fue publicado en Editions du Seuil, 1967), es decir, casi con una anterioridad de dos décadas a la publicación en nuestra lengua del libro-compilación de Jacques Derrida al que pertenece la mencionada reflexión ensayística. Ese libro es La escritura y la diferencia, traducido al español por Patricio Peñalver y publicado en 1989.
Seleccionamos aquí la publicación de 1972 por el simple hecho de que Eugenio Trías, además de haber sido en ese entonces el director de los Cuadernos Anagrama de Filosofía, tradujo el otro ensayo de Derrida incluido en el cuaderno en cuestión: La estructura, el signo y el juego en el discurso de las ciencias humanas, y escribe, además, la nota introductoria. La traducción del texto sobre Artaud corrió bajo la responsabilidad de Alberto González Troyano. Valga la digresión...
Es evidente que desde los primeros momentos de su reflexión filosófica Derrida reconoce esa dualidad problemática de la voz, de la foné como sonoridad vocal (in)humana, pensada, por un lado, como abierta a los “sonidos propiamente musicales: entonaciones, melodías, cánticos”(como reclama Trías en su obra La imaginación sonora), es decir, a la dimensión ‘puramente’ intensiva, pre-verbal y a-significante de la ‘vocalización sonora’: ‘voz sin azogue’, la denomina Derrida en su temprana obra La diseminación, y por el otro, concebida como una instancia que apunta a la ‘palabra representativa’, a lo verbal, a lo lingüístico, y que cierta metafísica de la presencia tiende a negar en su materialidad específica e irreductible para simplemente concebirla como un mero soporte instrumental secundario, finalmente prescindible, del proceso de transmisión del sentido.
Esta última a la que nos referimos, es la concepción idealista de la foné que Derrida somete a un cuestionamiento deconstructivo (crítica del fono-logocentrismo occidental). Es la misma idea de la foné que opera, como hemos señalado anteriormente, en la definición saussureana del sonido como puro aparecer fenomenal del ‘ser-oído del sonido’ y no del ‘sonido real en el mundo’. Y es también la idea de lo sonoro vocal que opera en la concepción husserliana de la voz entendida como algo ligado a lo sensible y a la sensibilidad, a lo físico, pero considerado por la reducción eidético-fenomenológica como desecho y vestigio hylético prescindible, tal como se ofrece a la consciencia que aspira a ser ‘depurada de supuestas escorias mundanas’.
“La ‘imagen acústica’ es lo oído: no el sonido oído sino el ser-oído del sonido. El ser-oído es estructuralmente fenomenal y pertenece a un orden radicalmente heterogéneo al del sonido real en el mundo.” Derrida, Jacques. De la gramatología. Siglo XXI, 1971, página 82.
La única ‘insuficiencia’ de Jacques Derrida en lo relativo a su particular conceptualización de la foné y lo ‘vocal heterogéneo’ estriba, en que el pensador galo no dirigió una gran parte del caudal de su energía filosofante a los territorios de la música, como sin dudas lo ha hecho y lo está haciendo Eugenio Trías en este aspecto de su variada y luminosa meditación, sino que lo orientó, fundamentalmente, a una reflexión sobre la escritura concebida en términos muy específicos, y a un diálogo con la literatura, las ciencias humanas y la pintura.
Es evidente que desde los primeros momentos de su reflexión filosófica Derrida reconoce esa dualidad problemática de la voz, de la foné como sonoridad vocal (in)humana, pensada, por un lado, como abierta a los “sonidos propiamente musicales: entonaciones, melodías, cánticos”(como reclama Trías en su obra La imaginación sonora), es decir, a la dimensión ‘puramente’ intensiva, pre-verbal y a-significante de la ‘vocalización sonora’: ‘voz sin azogue’, la denomina Derrida en su temprana obra La diseminación, y por el otro, concebida como una instancia que apunta a la ‘palabra representativa’, a lo verbal, a lo lingüístico, y que cierta metafísica de la presencia tiende a negar en su materialidad específica e irreductible para simplemente concebirla como un mero soporte instrumental secundario, finalmente prescindible, del proceso de transmisión del sentido.
Esta última a la que nos referimos, es la concepción idealista de la foné que Derrida somete a un cuestionamiento deconstructivo (crítica del fono-logocentrismo occidental). Es la misma idea de la foné que opera, como hemos señalado anteriormente, en la definición saussureana del sonido como puro aparecer fenomenal del ‘ser-oído del sonido’ y no del ‘sonido real en el mundo’. Y es también la idea de lo sonoro vocal que opera en la concepción husserliana de la voz entendida como algo ligado a lo sensible y a la sensibilidad, a lo físico, pero considerado por la reducción eidético-fenomenológica como desecho y vestigio hylético prescindible, tal como se ofrece a la consciencia que aspira a ser ‘depurada de supuestas escorias mundanas’.
“La ‘imagen acústica’ es lo oído: no el sonido oído sino el ser-oído del sonido. El ser-oído es estructuralmente fenomenal y pertenece a un orden radicalmente heterogéneo al del sonido real en el mundo.” Derrida, Jacques. De la gramatología. Siglo XXI, 1971, página 82.
La única ‘insuficiencia’ de Jacques Derrida en lo relativo a su particular conceptualización de la foné y lo ‘vocal heterogéneo’ estriba, en que el pensador galo no dirigió una gran parte del caudal de su energía filosofante a los territorios de la música, como sin dudas lo ha hecho y lo está haciendo Eugenio Trías en este aspecto de su variada y luminosa meditación, sino que lo orientó, fundamentalmente, a una reflexión sobre la escritura concebida en términos muy específicos, y a un diálogo con la literatura, las ciencias humanas y la pintura.
Operado este deslinde estratégico, pienso que podríamos cerrar-abrir-continuar-complicar esta meditación sobre la foné musical citando las hermosas palabras, de inspiración levinasiana, de la autoría de Judith Butler:
“El rostro [que no es la cara] parece ser una especie de sonido, el sonido de un lenguaje vaciado de sentido, el sustrato de vocalización sonora que precede y limita la transmisión de cualquier rasgo semántico”. Butler, Judith. Vida Precaria. (El poder del duelo y la violencia). Paidós, 2006, Buenos Aires, página 169.
Es posible quizá vislumbrar un ‘rostro musical’de la foné concibiéndolo como zona de emergencia, como ‘espacio sonoro’ matricial de indeterminación o incertidumbre entre lo humano y lo inhumano, entre cara y no-cara, entre vida y muerte, entre subjetivación y desubjetivación…
© Armando Almánzar Botello.
Santo Domingo, República Dominicana.
1 comentario :
Leer a Armando Almánzar Botello y entenderlo supone seguirle los pasos en cuanto a lector-investigador infatigable, en cuanto referentes cite, en cuanto intelectual acabado y que sabe que aún acabando no se sabe nada, y que siguen las preguntas mientras las respuestas se agotan. Yo quiero agregar una cita de Nietzsche que me fascina: "“Sólo se es fecundo cuando se es rico en antítesis; sólo se sigue siendo joven cuando el alma no descansa, cuando no busca la paz*.” F. Nietzsche.* Pienso que Armando es un espíritu libre y será un joven eterno...mientras persista en no descansar. El descanso se lo dejamos a la muerte. Gracias amigo por incluir este tema de Ella F. y este grupo de cámara, por demás, maravilloso. La voz de Artaud me conmovió.
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