lunes, 27 de agosto de 2012

LA DIGNIDAD DE LOS CORRECTORES DE ESTILO


"Nunc cognosco exparte: tunc autem cognoscam sicut et cognitus sum." Sanctus Paulus

V. I. Lenin
                                                                           
Por Armando Almánzar-Botello


A la memoria de Léon Bloy y Jorge Luis Borges
A Ted Nelson



Para mí, partidario de cierta Teología Híbrida de la Liberación —catafático-apofática y mestiza—, revolucionarios como Espartaco, Robespierre y Lenin, Simón Bolívar, Emiliano Zapata, Fidel Castro, José Martí, Mao Tse Tung, Ho Chi Minh, Toussaint-Louverture, Nelson Mandela, Patrice Lumumba, Rosa Luxemburgo, Abraham Lincoln, Martin Luther King, Mahatma Ghandi, Malcolm X, León Trotsky, Ernesto “Che” Guevara, Farabundo Martí, Tupac Amarú, Augusto Cesar Sandino, Ollanta Humala, Evo Morales, Hugo Chávez, Nicia Maldonado, Juan Pablo Duarte, Juan Bosch, Manolo Tavárez Justo, Patria Mirabal, Minerva Mirabal, María Teresa Mirabal, Amaury Germán Aristy, Francisco Alberto Caamaño, Amín Abel Hasbún, etc, etc, etc... sólo constituyen meros Correctores de Estilo del "Libro del Mundo" (margen de acción otorgado a los hombres por la Divinidad misma), definido ese Libro en su histórica fluencia como Hipertexto grandioso escrito y articulado por Dios, pero abierto a las intervenciones y misreadings ("malas" lecturas) entendidas por Harold Bloom como distorsiones creativo-hermenéuticas y reenunciaciones transformativas fuertes del texto tutor, operadas por la serie ilimitada de sus más vigorosos lectores: los Revolucionarios...

El hombre común, ordinario, es también Corrector de Estilo del Gran Hipertexto, pero sus intervenciones más débiles o discretas que las del Revolucionario, únicamente apuntan a eliminar o colocar en lo escrito un simple acento, una diéresis o una coma, a modificar la simple ortografía de una palabra o tan sólo a corregir o retocar con extrema cautela una cifra, un paréntesis, un olor, una imagen o un sonido, pero sin afectar nunca de modo permanente, radical, intenso y profundo, el ritmo sublime de la caligrafía tremenda, la secuencia sintagmática prodigiosa y el turbulento rizoma generado por el Acto de Archiescritura Divina.

"La única sabiduría que podemos esperar adquirir /es la sabiduría de la humildad: /           
la humildad es interminable."


© Armando Almánzar-Botello
Santo Domingo, República Dominicana.