martes, 17 de enero de 2012

Mercado, Innovación y Pensamiento del Exceso. (Breve fragmento).

“Cierta pretendida originalidad descansa en repetir empobrecido, con torpeza, un pensamiento (im)propio, con la ‘propia’ vanidad enardecida y renegando turbiamente de las fuentes. ¡Vanidad: caligrafía en el polvo!…” A.A.B.




Por Armando Almánzar Botello



[...] En el fetichismo de su culto a 'lo nuevo' banalizado, el Mercado pone cada más de manifiesto la repetición serializada de la falsa novedad, la programación inexorable de los bienes de consumo, la operacionalización rentabilizante de los procesos, la oferta universal y segmentada de los objetos desechables como obturadores fantasmáticos del deseo en la 'eternidad' irrisoria del consumo narcisista.

En el Mercado Global Capitalista, preludio del 'Estado Espectacular Integrado', hasta la programación de un accidente tecnológico sirve de pretexto y telón de fondo para el lanzamiento de un nuevo producto, de un nuevo gadget engañabobos.

No es es lo mismo el 'accidente programado' que la dimensión realmente imprevisible del Acontecimiento [...]

Agobiados de citas y de préstamos, enmarañados en el juego fatal de la confusión de lenguas, ¿podría escapar nuestro 'propio' discurso              —en su punto endeudado y ciego de opacidad sufriente—, a la pulsión capitalista de acumulación simbólica, a la bulimia oportunista y seudo-ética de la 'consistencia' yoica, al afán de escalar para olvidar la herida, a la tiránica programación y automatización de 'lo nuevo'?

¡Oh, divulgadores de alto estilo!... Hypocrite lecteur -mon semblable- mon frére.

En términos nietzscheanos, el tipo humano que constituye el empresario inversionista en el contexto del capitalismo, haga o no 'inversiones-invenciones' cruciales de aparente alto riesgo, representa siempre, ética y estéticamente, el prototipo del mal jugador.

Esto es así, por cuanto el inversor, de un modo u otro, somete el azar 'a las pinzas' de la causalidad lineal, a las mallas protectoras del interés mezquino, a la finalidad utilitaria abstracta y a la intención rentabilizante olvidadiza del dolor del otro. Él persigue una combinación específica y ganadora, en lugar de afirmar todo el devenir contingente en un solo envite o lanzamiento de dados (Deleuze).

Prueba de lo anteriormente afirmado la constituye el hecho de que 'el inversor cultural' busca compensar sus intervenciones de relativo alto riesgo en mercados emergentes, con el uso de tecnología panóptica y con inversiones sólidas que participen de elevados niveles de previsibilidad y que terminan constituyendo la 'enmarañada política democrática de lo banal'.

De este modo, pretende morigerar los efectos potencialmente catastróficos de la indeterminación y del azar reales, y someter la contingencia al resultado evidentemente apetecido por todo hombre de negocios diagnosticado 'cuerdo': obtener la combinación ganadora y esperada y maximizar con ello sus beneficios.

El auténtico artista y el pensador crítico, por el contrario, hacen sus apuestas de otro modo: juegan sin garantías. No persiguen simplemente la compensación de minusvalías psico-sociales ni la obtención o preservación de un cierto estatus a través del impacto comercial de su obra o del éxito 'doxométricamente' considerado. Ellos encarnan el pensamiento del exceso como resistencia y liberación.

El arte auténticamente soberano no es nada útil en el sentido en que lo son las 'invenciones asordinadas' de las tecnologías sometidas al principio de maximización de beneficios (tecnologías informáticas de producción de softwares, tecnologías transgénicas y farmacéuticas, nuevos diseños de automóviles, políticas triviales de auto-promoción sin rubor, etc.).

¿De qué modo y hasta qué punto las llamadas estéticas de ultravanguardia —representadas actualmente por la 'escritura hipertextual e hipermediática', el arte tanatofílico y transgénico de un Eduardo Kac, los “visionarios” de la realidad virtual, las experimentaciones biotelemáticas de interfaz hombre/máquina y las estéticas protésicas, carnales y de body art al estilo de Stelarc, Antúnez y Orlan, entre otras manifestaciones extremas—, son meras genuflexiones ante los poderes más duros, simples consagraciones del Gestell tecnológico y del Gran Capital Corporativo?

El arte genuino resulta ser la operación arriscada por excelencia: afirmación absoluta del azar, amor fati en un devenir del desamparo infinito, lotería borgiana en una Babilonia postmoderna de cinismo indiferente, ruido semántico y escapismo canalla disfrazado de consciencia.

Estos juicios no implican de ningún modo la defensa de una teoría aséptica, canónica y/o ahistórica de las artes. Significan, por el contrario, la más plena asunción de la especificidad política trans-ideológica de éstas, entendidas como prácticas transformativas de textos orientadas a la polivocidad semiótica y al juego 'des-originado' de los materiales, las informaciones, los temas y reenvíos intertextuales.

El artista soberano 'no se vende a sí mismo' cosa alguna, como decía Picasso. Es el 'Nadie de la Nada' (Beckett). En esto consiste su paradójica soberanía, muy distante de la mera espuma de un delirio consagrado al olvido más ilustre o a la memoria corporativa de los bufones asesinos.





© Armando Almánzar Botello. Mercado, Innovación y Pensamiento del Exceso. Noviembre del 2000. (Breve fragmento).

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