(A propósito de la publicación del libro Cazador de Agua y otros textos mutantes. Antología poética 1977-2002. Editora Gente 2003)
César Augusto Zapata
Por César Augusto Zapata
Para empezar, es necesario reconocer al intelectual escritor de Cazador de Agua, Armando Almánzar Botello. Armando, como le decimos sus amigos, es quizá el hombre de más formación teórica en dominios de saber como el psicoanálisis, con que cuenta el país. Pero sus intereses lecturales no se detienen allí. Filósofo en el sentido clásico del concepto, se mueve con gran facilidad en diferentes ámbitos del conocimiento y cuenta con padres tutelares que constituyen voces fundamentales de la tradición. Podemos escuchar cantar bajo su voz desde las complejidades de Beckett y Joyce, hasta las inventivas lingüísticas de Huidobro y Vallejo, así como las voces de Michaux y Bataille, filopoemas reconstruidos por él. Leída en pequeños círculos de amigos, su poesía respiraba ya (antes de esta publicación con formato de libro) en textos como los de José Mármol, Plinio Chahín y los míos propios.
La relación dialógica e intertextual que marca la poesía contemporánea, ya como estrategia ya como ludismo, se expresa aquí en actitud pensada, riesgos medidos y retos asumidos en la asunción de una voz propia y original que no niega las presencias necesarias para su constitución.
En las vastedades temáticas del hombre de letras se refleja la realidad de nuestro tiempo. Un tiempo que ha desplazado al escritor intuitivo y colocado allí una exigencia intelectual que sabe hablar con la tradición sin caer en lugares comunes y repeticiones del “creativo ignorante”, que ve en sus reiteraciones ilusorios aportes textuales. Armando es un hombre de letras en el sentido fuerte del término: lector, investigador, ensayista y crítico de la posmodernidad, sabe colocarse por encima de la ilusoria perspectiva del pensamiento débil para encontrar en ella la verdadera puesta en abismo de la modernidad, descentralizando la cuestión de la ratio. En este sentido su poesía no es del pensar sino de la ulceración del pensar.
Lo antedicho hace que esta poesía se constituya, no sólo en registros polifonales sostenidos en una base melódica y rítmica propia de la lírica que inserta los textos en una tradición, sino también y sobre todo, un aparato de multivocidades y diálogos con voces fundamentales. En esta dualidad el logos se sabe subordinado al ethos y, en no pocas ocasiones, al pathos. Saber que juega, verdad mitificada, esta paradoja hace emerger, en todo su esplendor, la poesía que habla de sí misma desde el pretexto de la serialización, la enumeración en clave esquizo, la voz de la máquina y el deseo inconsciente. Rizomática apertura y problematización de la contemporaneidad. Armando inserta una voz propia en la tradición, atravesada por referentes locales, así como universales; explora los bordes estallados de los géneros con una palabra vuelta sobre sí misma, que se cuestiona y se dice al mismo tiempo.
En simetría inversa con la visión Borgesiana de la palabra, Armando abre el significante hacia Nadie con mayúscula, posible Otro del discurso inconsciente. Si el deseo es ser el deseo del otro, en estos textos el deseo está en la misma productividad del lenguaje madre: la palabra levantándose de sí misma, para deshacerse y luego volver a erguirse. Juego metapoético de una palabra que se dice y se abisma en la intertextualidad, descentraliza el logos y allí se distingue de una poesía macho, de un decir unidimensional y unidireccional. Macho hembra, autoengendro, estética de la crítica y critica de la estética, poesía del deterioro, pensamiento que se ulcera a sí mismo.
Para empezar ni vanguardias estéticas ni homogéneas tradiciones. Un ideologema en clave irónica. En medio se funda el discurso poético que dialoga desde la multivocidad y las mutaciones, inaugurando temporalidades donde emerge el poema como un decir, siempre un decir de menos; una negación afirmativa del adentro y el afuera. La palabra expulsada de su centro, re significada y readquirida, topos que parecen no existir sino en abismo. Avance fractal hacia la productividad en que se niega y resiste al reductio de un asunto problemático e inacabado: la ideología. Juega y guiña un ojo y coquetea en el lugar negado de la cosa.
Relación dialógica siempre posible y clave irónica atraviesan el libro Cazador de Agua y otros textos mutantes de Almánzar Botello, con sus polifonías y pluritematicidades, arrojándonos al fondo de las estéticas que convergen en el ser y representación de lo posmoderno. Pero no es asumir lo posmoderno como un saber débil, una escritura ligera o una pluriesteticidad banal, sino como una apuesta crítica de descentralización del logos y la razón, así como la posibilidad de convergencias generadoras de nuevas visiones tanto críticas como textuales en el sentido de la producción por la escritura de lo otro más allá de lo bello, como lo insinúa Gadamer. Espacios para no ver y silencios sonoros donde la cesura poética empalma con diferentes registros y tonalidades abriendo un tiempo catastrófico: un sentido poético para la diversidad de sonidos, como el Jazz, improvisación sobre una base melódica.
Las "escenas de la carne como acto de escritura", nos remiten a una inscripción originaria del deseo que es al propio tiempo escripción de un ser que se libera en la propia carne y su posposición. Prohibición que se expresa en el siguiente verso: “me transcurre su mujer alucinada por los labios"... Es la palabra como a flor de labio, proceso primario donde el objeto perdido es sustituido por el verso. “En la página mi angustia nos inventa y nos disuelve”... La consustanciación con el objeto de deseo aparece en diferentes zonas del libro. Locura de ser uno que el psicoanalista compara con un juego del autismo primario (Mahler).
La metátesis es también un recurso que se mueve como desplazamiento irónico recurrente en Cazador de agua y no debe confundirse, en manos de un orfebre de la palabra como el autor, con un fácil juego pirotécnico y cacofónico: mana/mano, leche/chele. El recurso alumbra en forma sombría un desplazamiento, vaciamiento y posposición, goce en las fronteras de un significado que se abisma, en un no todo es mercancía.
En el teatro de la representación la palabra es actriz del sentido, penetrada por la sobredeterminación, la plurivalencia, el corte. La palabra es ella y a un tiempo es objeto que se dice: “La página se asombra/coloca en su bandeja el tumor y la conciencia. Textículos excribe”. Logos espermático, escribir-se es ser expulsado. Nombrarse es estar sujeto al orden del lenguaje.
"Maquillarse el abismo" no es una referencia. El cuerpo está hecho de palabras, son las palabras las que lo desarticulan, lo abren, lo tasan, lo sumergen en la inconsciencia, lo extirpan de la conciencia como un tumor. El sujeto disyunto arma con los fragmentos de una ley su inserción en lo real. De su propia imagen deviene tachado.
Qué hacer con el otro en el espejo, sino desearlo como Narciso, hundirse en la imposibilidad de ser más acá lo que allá se nos vende como propio. Hay aquí también, en el desgarrón, una demanda y un esfuerzo por mantenerse sujeto de no ser mercancía en una sociedad de libre mercado.
El efecto que Deleuze llama confusión de la escena aparece invertido en imágenes sonoras para ser tocadas como: Delirio de motores, ojos que se equilibran, mañanas desaguando en cañerías_.Nada queda fuera del bisturí de Almánzar Botello: la nueva realidad del mundo mercado y sus ofertas, el cuerpo social desarticulado, el poema como inacabamiento, la realidad alucinada y misteriosa cuya liviandad no podemos soportar ni ser, el lenguaje puesto en constante caída y catástrofe; es por esto que el texto puede leerse como un largo poema constituido por fragmentos multitemáticos pero organizados bajo un mismo recurso isotópico: el sujeto del lenguaje, amante angustiado, viajero inserto en la sociedad global, alucinado testigo de la realidad virtual y delirante cazador de lo inasible, Ser que huye a la seducción de su ser maquínico.
Cazador de agua es la relación dialógica intertextual que pone de manifiesto los vastos territorios de saber en que se mueve su autor en su vocación de erudición. Poeta analista jugando gozoso con sus otros: De Lacan a Andy Warhol: adentro/afuera de los discursos que marcan la pauta de una ruptura. Poesía donde ya no hay superficie; todo abisal es el cuerpo que se vive como profundidad y lenguaje. En estos poemas terriblemente hermosos “La Escritura es un derrumbe suspendido en cada lágrima”.
17 Enero 2004
Francis Bacon, vuelve.
Slaughterhouse's Crucifixion.
de Armando Almánzar Botello
Por César Augusto Zapata,
poeta, ensayista y narrador dominicano.
En una ocasión se me pidió que definiera con una frase el arte, en una época de las llamadas estéticas estalladas, y distante ya de las aproximaciones cientificistas sobre el objeto estético. Una “definición” tal parecería una empresa fácil. Arriesgué la frase siguiente: “arte es, en todo tiempo, transformación”. De inmediato se colige que esta propuesta de definición se opone a la cuestión de los estilos y a los métodos comparativos para analizar una obra de arte (pintura, poesía, música…). Siempre es insuficiente encontrar las correspondencias entre obras de un mismo autor o las relaciones que estas guardan con las de otros, pretendiendo con ello agotar un discurso estético. Parece que es más perdurable la cuestión de la búsqueda, exploración y rupturas sin que se pierda de vista la vieja frase de que el estilo es el hombre.
En ese contexto, la poesía del libro Francis Bacon, vuelve. Slaughterhouse’s Crucifixión tiene claros referentes en los textos mutantes que ya Armando Almánzar Botello había dado a la estampa (ver Cazador de agua y otros textos mutantes, del mismo autor), lo que en cierta forma pone en evidencia al sujeto de la escritura. Empero, allí mismo se experimenta el escrutamiento de una estrategia con relación al cuerpo que toma como pretexto a la obra del pintor Francis Bacon, pero que alcanza otras experiencias del escritor que nos ocupa, que van en dirección a la obra del filósofo francés Gilles Deleuze y el problema del acontecimiento en el cuerpo.
Pero hablamos aquí de acontecimiento catastrófico y de una multiplicidad de cuerpos: el cuerpo de la razón llevado a estallar por un neorrealismo con el “real significante de la Nada”; el cuerpo social desmembrado en la ironía: “cabeza, ano y extremidades padecen la ciudad y mi poema”.
Una cabeza rodeada de carne de vaca (Head Surrounded by Sides of Beef, 1954): el horror que experimenta el poeta como testigo de una sociedad destazada, abierta en canal. Es fácil asumir en Francis Bacon la descomposición del cuerpo, pero es en el espacio donde está el mayor terror: la soledad, el vacío. Armando Almánzar Botello, una vez más da con una arista temática que le permite volver al fragmento, a la ironía. Poesía del acontecimiento en el cuerpo, pero también poesía de un decir el cuerpo en su desarticulación: cuerpo del deseo, cuerpo social, cuerpo estético.
Con relación a cierta poesía ochentista el texto de Almánzar Botello se propone al menos dos desplazamientos:
1. La recuperación irónica y paródica de un cierto lenguaje “antipoético” elevado sí a categoría de imagen, más bien como crítica mordaz a un decir, como puede apreciarse en el texto de las “Las Sangradas Es-frituras”.
2. La crítica poética al espíritu de una metafísica platónica no asumida, pero practicada en la escritura –más allá incluso de la ya citada generación ochentista- para poner en su lugar al cuerpo: el cuerpo social, el cuerpo del cogito, el cuerpo del travesti y el de la puta. En estas oposiciones corpóreas se descubre perversa la descomposición, la caída y la puesta en cuestionamiento de cánones estéticos, morales y sociales, el derrumbe de verdades que ya son cadáveres en otras tradiciones, pero que aquí todavía caminan como zombis.
Una mala comprensión del cuerpo, parafraseando a Nietzsche, conduce a una ruina de la corporeidad. Esa ruina de la corporización es uno de los centros de estos textos, que aunque pueden leerse como fragmentos, singularidades y hasta géneros heterogéneos, poseen sin embargo el hilo conductor que es la cuestión de la estructura de lo escindido y abierto. De esta manera podría entenderse con los formalistas rusos, que esta poesía de Almánzar Botello erige a partir de los escombros de los sistemas corpóreos una propuesta estética estructural o mejor dicho, post-estructural.
Esta poesía toma como pretexto la pintura de Bacon, pues encuentra allí el modo como el pintor recupera en la borradura y la torsión el horror y la angustia que Goya o Munch narran por vía del expresionismo. Esta poesía piensa a Bacon, más no dialoga con el cuadro, lo rehace; no ensaya con él sino que desentraña otra figuralidad. Por analogía baconiana, el poeta desconstruye la cuestión heideggeriana del pensamiento otro donde se funda la poiesis, frotando, tachando, emborronando allí en el decorado de un logos, con el paño deleuziano de las sensaciones.
La figuralidad decorada de cierto preciosismo metafísico, que atravesó la tradición literaria reciente en nuestro país, es arrancada por Almánzar Botello como un maquillaje que expresó un dolor no asumido. De ese modo el poeta pone al desnudo el vacío y la nada que significan; el cuerpo abierto no será ya sólo mediación, sino topos donde toda la letra queda desparramada. La soledad, el burdel y la noche de la letra derretida del neón.
Si es verdad que el cuerpo es mediación entre afuera y adentro, el cuerpo abierto, descuartizado, rompe con esa dicotomía: adentro y afuera se disuelven en una consubstanciación terrible. Ya no hay experiencia limítrofe. En la medida en que el cuerpo se inserta en el paisaje como “desnudo resplandor”, la relación espacio cuerpo también desaparece.
Los juegos de palabra en Francis Bacon, vuelve. Slaughterhouse’s Crucifixión no son simples pirotecnias ni refritos, como los que se sirven hoy como hallazgos, más bien constituyen una trama significante en cuya arqueología se revela un decir de dura crítica contra cierta escritura aséptica, para situarse de forma peligrosa al lado de una estética camp, junto a Nestor Perlongher, José Lezama Lima y Luis Alfredo Torres:
Voy, -ardiendo y asesino- por la carne titilante del mito que me inventa, a lo vivo más intenso y profundo de lo muerto, a cenar en platos limpios lambí a la vinagreta, cricas, pulpos, escorpiones; a robarme los desastres de la noche, a comerme a dentelladas la carne de mi andrógino.
(Recordando a los amigos. Armando Almánzar Botello. F.B.V.)
Y otra vez la finísima ironía contra el cogito se expresa en la oposición entre saber y lamer:
“lenta mi boca se acercó hasta la insolencia / puso en ella su verdad / la lengua […] Luego: sólo supe que no sabía nada…
(Sócrates y el Lirio). Armando Almánzar Botello. F.B.V.)
Si ya se ha hablado de la heteroglosia de Bajtin y del descubrimiento de la poesía atravesando todos los decires, en Slaughterhouse’s crucifixion, los diferentes formatos no son más que excusas o pretextos para explorar esa poeticidad que se filtra en el ensayo, la narración y el hablar cotidiano. Poeticidad que sólo se hace visible para el bisturí del escritor que no sólo expresa una sensibilidad sino un saber, manifiesto en la segunda escritura que desbroza y limpia para dejar establecido el misterio revelado del poema.
Francis Bacon vuelve. Slaughterhouse’s Crucifixión, nos pone ante una original forma de escritura que no oculta, sin embargo su tradición, y a un tiempo nos revela metapoéticamente sus claves escriturales, dándonos a ver desde Henri Michaux hasta la experiencia camp. Sin caer en la tentación de las “anomias” neobarrocas ni en la lírica alambicada. De Deleuze al satori Zen, una experiencia abarcadora, un tejido intertextual que nos promete un viaje místico por los mitos del poeta Armando Almánzar Botello.
Exposición del poeta César Augusto Zapata, en la puesta en circulación de la obra Francis Bacon vuelve. Slaughterhouse’s crucifixion, de la autoría de Armando Almánzar Botello. (Editora Ángeles de Fierro. 2007, San Francisco de Macorís. República Dominicana.)
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